Aunque los círculos gobernantes de Estados Unidos no han cesado de tratar e imponer sus dictados en todo el planeta, hoy se proyectan con activismo creciente una serie de fuerzas de muy disímiles y heterogéneos perfiles, intereses y objetivos opuestas a esa hegemonía que pugnan por establecer sus propios intereses nacionales y de facto un nuevo orden económico y político multipolar
Investigador del CIPI
Aunque los círculos gobernantes de Estados Unidos no han cesado de tratar e imponer sus dictados en todo el planeta, hoy se proyectan con activismo creciente una serie de fuerzas de muy disímiles y heterogéneos perfiles, intereses y objetivos opuestas a esa hegemonía que pugnan por establecer sus propios intereses nacionales y de facto un nuevo orden económico y político multipolar.
A lo interno, además, la economía norteamericana ya no es la floreciente de décadas atrás. Según acaba de informar el Departamento de Trabajo la productividad de los trabajadores decayó al nivel de 1947, el déficit fiscal federal totalizó 2.8 trillones de dólares en 2021, el segundo mayor desde 1945, la polarización de ingresos es muy alta y creciente, la tasa de pobreza afecta a más de 42 millones de personas, la inflación es la más elevada en 40 años y el peligro de recesión o estanflación ronda por todas partes.
El endeudamiento externo es abrumador. Según la Brookings Institution, Estados Unidos debe 14 trillones de dólares más al resto del mundo de lo que este debe a Estados Unidos, lo que significa 67 por ciento del producto interno bruto, pero la tendencia según el director del Peterson Institute, Fred Bergsten, es que totalice 100 por ciento del PIB para 2030. (Brookings).
El presidente de la Fundación Peterson, Michael Peterson, alertó en febrero pasado de la extrema peligrosidad de los niveles ya alcanzados por la deuda nacional 30 trillones de dólares. (Peterson).
El ambiente económico y psicológico en Estados Unidos parece, desde luego, sumamente alterado por deprimentes noticias como las declaraciones del Presidente y Director Ejecutivo del Banco JP Morgan Chase, Jamie Dimon, quien vaticinó un HURACAN para la economía nacional por la inflación descontrolada y las de otros inversionistas citados por el analista William Pesek en Asia Times, quien añadió que además vislumbra un TERREMOTO económico, luego de conocerse que el comercio chino-ruso creció 1.067 por ciento en lo que va de año, combinación harto peligrosa para la preeminencia del dólar y la salud de la economía norteamericana. (Dimon).
Las opiniones del ejecutivo del JP Morgan, considerado el banquero más poderoso del planeta, intranquilizan desde luego a cualquiera, pues se trata de la mayor entidad bancaria de Estados Unidos, pero fueron compartidas por otros gigantes de las finanzas como Goldman Sachs.
Para tratar, se afirma, de apagar el fuego de la hiperinflación, hay planes para eliminar o reducir algunos de los altos aranceles que el presidente Trump impuso a China y hasta hoy mantiene Biden, pues se han percatado, por fin, que con independencia de los perjuicios que ocasionaron a Beijing, Estados Unidos ha sido el más perjudicado por estas medidas.
Situación que por cierto se está repitiendo con las sanciones impuestas a Rusia, pues según Larry Elliot, del periódico británico The Guardian, Rusia está ganando la guerra económica porque las sanciones elevaron los precios del petróleo y gas ruso y así Moscú fortaleció su balanza comercial con superávit en los primeros cuatro meses del año de 96 mil millones de dólares, el triple de lo logrado en igual periodo del año pasado.
A la conjunción de estos factores, hay que añadir los problemas creados por la pandemia de COVID19, que provocó la muerte de un millón de norteamericanos y graves afectaciones a casi todos los sectores de la economía norteamericana y mundial. Además, están provocando la aventura de la OTAN en Ucrania, la asistencia militar masiva al régimen de Kiev y el sunami de sanciones impuestas a Rusia con el fin declarado de destruir su economía, pero que están agravando sustancialmente los problemas económicos del mundo, incluido Estados Unidos, con peligro de crisis alimentaria global y hambrunas.
La estanflación que se avecina en Estados Unidos hay que insertarla necesariamente en el contexto de una crisis global mayor, que, se afirma, afectara tanto a las naciones europeas como especialmente a los países subdesarrollados, muchos de los cuales, como la mayoría del África y muchos en el Sudeste de Asia, Oceanía y América Latina y el Caribe, ya enfrentaban crisis mayúsculas.
El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y las agencias de Naciones Unidas están advirtiendo desde hace meses de la gravedad de las señales, que abarcan desaceleración sustancial del crecimiento, recesión y alta inflación combinados y habría que ver las implicaciones y consecuencias políticas y sociales de este tsunami crítico.
El Fondo Monetario y el Banco Mundial vaticinaron hace pocas semanas que el crecimiento descenderá del 5.7 por ciento alcanzado en 2021 a 2,9 este año, porcentaje considerablemente menor que el 4,1 por ciento que calculaban en enero pasado y no extrañaría que más adelante volvieran a rectificar los cálculos. (FM).
Dos ejemplos para ilustrar la seriedad del momento las autoridades de Alemania, la llamada locomotora económica de Europa, han advertido que carecen de reservas de gas suficientes parar encarar el próximo invierno y que su industria se afectaría sustancialmente si no recibe el gas proveniente de Rusia, lo que desencadenaría una reacción en cadena en toda Europa y la explosión social que derroco al presidente de Sri Lanka es un ejemplo de las posibles consecuencias de estos fenómenos.
Otra peligrosa consecuencia de una crisis generalizada en Europa y otras latitudes es que beneficie y sea explotada por fuerzas ultraderechistas. No hay que olvidar las raíces de los movimientos fascistas en Italia y Alemania.
La estrepitosa derrota en Afganistán tras dos décadas de ocupación y bombardeos y el desenlace el debilitamiento sustancial de las aspiraciones estadounidenses en Asia Central y en Siria luego de apoyar con todos los recursos a los grupos terroristas, así como la demanda del gobierno de Irak de retirada de las tropas norteamericanas de su país, una suerte de fracaso en su plan de dominación de tan importante país, son también señales nítidas del retroceso norteamericano en zona tan codiciada siempre por sus recursos energéticos y emplazamiento estratégico como el Medio Oriente.
En Siria, no se debe olvidar, la intervención antigubernamental de los grupos terroristas apoyados por Estados Unidos y varios aliados regionales se estrelló contra el masivo respaldo aeroespacial de Rusia a las autoridades y el pueblo sirio, lo que determinó el fracaso en sus intentos de cambio de régimen, signo claro de los nuevos tiempos.
La llamada Cumbre de las Américas en Los Ángeles en junio, excluyendo unilateralmente a Cuba, Nicaragua y Venezuela y las consiguientes protestas de la mayoría de los gobiernos a ese proceder arbitrario, se convirtió en serio conflicto con sus vecinos del hemisferio y un verdadero desastre para Washington, otro más, que no pudo ser controlado con los cantos de sirenas difundidos por el presidente Biden sobre planes quiméricos de cooperación económica.
Los planes presentados por los anfitriones para intensificar la cooperación económica, comercial y de inversiones en la región, la propuesta de formación de 500.000 trabajadores de la salud, que calculan estará operativo para 2030, la mejoría en el tratamiento del problema migratorio son formulaciones de vagos compromisos formales, sin mayores precisiones, sin atención a las causas de los problemas, tanto de los temas de desarrollo económico o del angustiante problema migratorio. Para muchos todo es pura retórica, con resabios racistas y xenófobos.
Aunque a nivel de puesta en escena la administración Biden presente como un rotundo éxito el cónclave, en su fuero interno saben perfectamente que fue otra demostración del declive de la influencia de Washington en los asuntos hemisféricos, como por cierto reflejo gran parte de la propia prensa occidental.
Lo que realmente le preocupa a Estados Unidos en la región, al igual que en todo el mundo, como han reiterado múltiples veces, son los avances de China y el auge de las tendencias y gobiernos progresistas, y el consiguiente declive de Washington en lo que estiman es su traspatio.
China ciertamente y en relativamente corto espacio de tiempo se ha convertido en poder económico de primer orden en América Latina y el Caribe. Ya es el primer socio comercial de Brasil, Perú, Chile y Uruguay y segundo en la mayoría de los restantes.
Según reveló US Congressional Research Service el 4 de febrero pasado, el comercio de China con la región se elevó de 18 billones de dólares en 2002 a 499 billones en 2021. Las inversiones chinas desde 2005 ya superan los 140 billones de dólares, sin dudas un meteórico e imparable ascenso, que desplaza objetivamente la otrora hegemonía económica estadounidense.
Apartándose de la agenda presentada por los anfitriones, el controvertido foro se convirtió, de facto, en una gran asamblea regional denunciante de muchos de los más candentes problemas y demandas de la zona, a saber, oposición mayoritaria a las políticas arbitrarias de exclusión de países que no gusten a Washington, necesidad de refundar el sistema interamericano, en primer término, de la OEA, medidas efectivas para resolver las causas profundas del problema migratorio, eliminación del bloqueo económico, comercial y financiero mantenido por Estados Unidos contra Cuba durante más de 60 años, en enfrentamiento frontal contra los esfuerzos de dominación desplegados por Estados Unidos.
La revuelta contra el hegemonismo unipolar aumenta por días y en todas partes. El rechazo de Turquía y también Croacia al ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN es uno de los últimos ejemplos y con sensibles implicaciones porque evidencia las contradicciones dentro de la propia organización y con independencia de sus motivaciones específicas, afecta uno de los principales planes de Estados Unidos, a saber, aprovechar la crisis de Ucrania para extender aún más a la OTAN por las fronteras de Rusia.
La oposición de Francia y Alemania, las mayores economías de Europa, a destruir a Rusia como pretenden Estados Unidos, Reino Unido y sus aliados es otra rotunda demostración de las profundas diferencias que aquejan al bloque antiruso, más allá de las publicitadas imágenes de consenso.
Los intentos recientes del entonces primer ministro británico Boris Johnson de crear una estructura paralela a la Unión Europea que incluya a Reino Unido, Ucrania, Polonia, Estonia, Latvia y Lituania y excluya a Alemania, Francia, Italia, España y Países Bajos, difundidos por el diario italiano Corriere de lla Sera, son otra señal de graves conflictos internos entre los aliados europeos de Estados Unidos y por ende debilitadores del real poderío político y bélico de la OTAN.
Entretanto Rusia, China, Irán, la República Popular Democrática de Corea, India, Bielorrusia, Turquía, Serbia, varias exrepúblicas soviéticas de Asia Central, Indonesia, la ASEAN, la mayoría de las naciones del Medio Oriente y África y de los estados insulares de Oceanía y un creciente número de gobiernos progresistas de América Latina y el Caribe integran esta heterogénea tendencia de oposición en diversos grados y sentidos a la dominación unipolar, y hasta el pronorteamericano presidente de Brasil Jair Bolsonaro se distancia de Washington en el caso del conflicto en Ucrania y otros temas, varios aliados europeo otro tanto en temas puntuales como sus importaciones de energéticos rusos o el apoyo militar al régimen de Kiev y aliados tradicionales como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos asumen posiciones distantes.
Movimientos y organizaciones que agrupan a la mayoría de los países del mundo como el Movimiento de Países No Alineados, la Unión Africana, los BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghái, la ASEAN, entre otros, no se han sumado a la condena y sanciones a Rusia impulsada por Estados Unidos y la OTAN, otra señal de los nuevos tiempos.
La operación militar rusa en Ucrania, choque frontal con Estados Unidos y la OTAN que llevan décadas preparando el terreno como parte de su plan estratégico de cercar y debilitar a Rusia cuanto sea posible , la negativa de un número mayoritario de países a condenar a Moscú y a sumarse a las sanciones impuestas por Washington y Bruselas, los acuerdos para comerciar basados en las monedas nacionales en detrimento del dólar norteamericano que pierde fuerza y los trabajos de creación de un sistema financiero y monetario paralelo e independiente de Occidente son, entre otros, nítido reflejo de los cambios tectónicos registrados en la correlación de fuerzas.
La Unión Económica Euroasiática, que abarca a Rusia, Bielorrusia, China y varios estados de Asia Central, confirmó en marzo que trabaja en la creación de un sistema financiero y monetario internacional independiente que los fortalezca y debilite la hegemonía del dólar estadounidense, el corazón del sistema de dominación de Estados Unidos, que estará abierto a otros países y pudiera por ende devenir en una alternativa al dólar, golpe mortal de concretarse. (Declive).
Desde 2014 Rusia creó el sistema de tarjetas de pago MIR, ya convertido en el principal del país y que comienza a ser utilizado en otros territorios como Vietnam, Tailandia, Turquía y otros y en negociaciones en curso con Cuba, que resulta una alternativa a los sistemas occidentales como Visa y MasterCard y por ende independencia.
La interconexión y potencial integración entre los BRICS, la Unión Económica Euroasiática, la Organización de Cooperación de Shanghái y la estrategia china de las Rutas de la Seda en sus diversas variantes avanza firme basada en la asociación estratégica entre Rusia y China, el corazón de la nueva gran Eurasia, fortalecida sustancialmente en los últimos tiempos, particularmente luego del alud de sanciones impuestas a Moscú y las continuas provocaciones contra China.
La 14 Conferencia Cumbre de los BRICS, efectuada en junio pasado en Beijing, consolidó desarrollos de los últimos tiempos y los proyectó a niveles sustancialmente muy altos, pues anunciaron que trabajan en una nueva divisa internacional de reserva que junto al Banco de Desarrollo de los BRICS, operativo desde hace dos años, el Acuerdo de Contingencia y el sistema de pagos internacional fronterizo basado en monedas nacionales establecido por China en 2015 apunta hacia una nueva arquitectura financiera global y el fin de la globalización unipolar y el dominio del dólar.
El debilitamiento de la preeminencia del dólar ya no es noticia, pues, aunque aún conserva su fuerza como principal moneda de reserva, está en declive como demostró el Fondo Monetario Internacional en estudio difundido el 24 de marzo último titulado The steath erosion of the dollar dominance: active diversifiers and the rise of nontradicional reserve currencies.
La solicitud de ingreso a la organización BRICS de Argentina, Argelia e Irán y las negociaciones en curso con Arabia Saudita para idéntico fin confirman el fortalecimiento sustantivo de la alianza como una alternativa multipolar de creciente atractivo para muchos en el orbe y en el futuro inmediato hay que esperar nuevas adhesiones.
La estrategia de las Rutas de la Seda ya hace rato es una opción de ganar-ganar. Entre 2013 y 2021 sus participantes comerciaron por más de diez billones de dólares y según la firma norteamericana Statista las inversiones chinas entre los asociados supero los 900 mil millones de dólares en el mismo periodo.
Las iniciativas de la Casa Blanca de supuestamente impulsar esquemas de cooperación económica y tecnológica beneficiosos para los países asiáticos y del pacifico, africanos y los latino-caribeños develados durante la gira de Biden por Corea del Sur y Japón y luego en la Cumbre de las Américas y la Cumbre, del G7 en los Alpes bávaros y la Cumbre del Foro de Naciones del Pacifico encaminadas a tratar de afectar lo avanzado por China en esos terrenos y latitudes no parece que vayan a arañar siquiera esas realidades.
En Alemania el presidente Biden anunció con bombo y platillo una inversión conjunta de 600 billones de dólares para desarrollar infraestructuras en países subdesarrollados que nadie sabe de dónde saldrán y mucho menos ahora cuando Estados Unidos y Europa están abocados a una profunda crisis económica y Biden personalmente está a punto de convertirse en un mandatario maniatado por una eventual victoria republicana en el Congreso.
El alarde esencialmente de valor mediático difícilmente supere la longevidad de otros intentos recientes de iguales fines, por ejemplo, el llamado Build Back Better World, del cual ya nadie se acuerda ni cita obviamente. Tampoco nadie recuerda el plan Nueva Ruta de la Seda presentado por la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton en Chennai, India.
Los vientos de independencia y oposición a la dominación unipolar se expanden evidentemente por doquier.
En la cumbre en Washington con la Asean, efectuada meses atrás, los dignatarios del sudeste asiático rechazaron la agenda antichina y antirusa propuesta por los anfitriones y se mantuvieron firmes en sus posiciones de neutralidad y todo terminó por la parte estadounidense como un ejercicio retorico de amistad y cooperación, otra señal.
Y en ese contexto en las profundidades del Pacifico Sur, coto cerrado de Estados Unidos y su omnipresente Séptima Flota y sus aliados, un pequeño país de solo poco más de medio millón de habitantes sin fuerzas armadas propias y solo un reducido cuerpo policial, Islas Solomon, se ha atrevido a desafiar al imperio y firmar un acuerdo de seguridad con China, sin implicación militar alguna, que de inmediato desato la ira y amenazas del imperio y su socio menor australiano de intervención militar, con belicosidad tal que parecía que alguna gran potencia estaba bombardeando Nueva York.
La injerencia norteamericana, británica y australiana en los asuntos internos de los pequeños estados insulares de Oceanía, incluso de la propia Australia, tiene amarga historia y están debidamente documentados varios episodios críticos y habría que estar atento a las maniobras de cambio de régimen que pudieran instrumentarse contra algunos de esos pequeños estados.
Merece recordarse el virtual golpe de estado organizado en 1975 contra el premier australiano socialdemócrata Gough Whitman, que se atrevió a acercarse al Movimiento de Países No Alineados, reconocer y visitar a la República Popular China, condenar en términos muy categóricos la agresión a Vietnam y retirar las tropas del país del territorio indochino y para colmo pretendió cerrar la base de Pine Gap, clave del sistema de espionaje global Echelon, controlado por Estados Unidos.
En octubre de 2014, el periódico británico The Guardian reveló abundantes datos sobre la maniobra de destitución de Whitman en artículo del periodista John Pilger titulado The britishamerican coup that ended Australian Independence, que estableció la auténtica dimensión estratégica de la operación. Ni a Australia le permitirían independencia cabal.
Muy cerca de Australia, Timor Oriental, hoy Timor Leste, fue invadida en 1975 y su población masacrada por el ejército indonesio del general Suharto con el pleno respaldo de Estados Unidos, en especial del presidente Ford y su secretario de estado Henry Kissinger, y sus aliados, en primer término, de Australia. (Timor).
Los compromisos de Estados Unidos con Suharto y su régimen se afirmaron notablemente desde el golpe militar de 1965 respaldado por Washington, que produjo una de las carnicerías más extensas del siglo XX, cerca de un millón de personas asesinadas por las fuerzas castrenses, la erradicación casi total del hasta entonces poderoso partido comunista indonesio y demás organizaciones progresistas y la eliminación del régimen no alineado del presidente Sukarno, el padre de la independencia nacional de Indonesia.
Sin llegar a esos extremos, pero con ira, amenazas y acciones furibundas también las sufrieron Nueva Zelandia cuando el gobierno laborista de David Lange aprobó su política antinuclear en 1985, Vanuatu contra el pastor anglicano, padre de la independencia y su primer jefe de gobierno Walter Lini, opuesto a las pruebas nucleares en la región y contra Fiji.
Hoy, bajo intensas presiones hasta el gobierno laborista de la tradicionalmente apacible Nueva Zelandia se ha sumado al coro de alarmados por el acuerdo con Islas Solomon y la gira del canciller chino por la región.
Lo que realmente debía preocupar es la militarización galopante de Oceanía enfilada contra China promovida por Estados Unidos, Reino Unido y Australia, particularmente su componente nuclear, de la mano del pacto AUKUS, que algunos llaman MINIOTAN, que promueve la entrega a Canberra de submarinos de propulsión nuclear, coproducción de aviones hipersónicos, más bases militares y colaboración para la ciberguerra y el espacio, entre otros planes, todo ello bien opuesto a los sentimientos pacifistas predominantes en la nación kiwi.
Pero todo está cambiando en el mundo. Solo días después de concluir la gira del presidente Biden por dos países de Asia consagrada a fortalecer la estrategia de contención de China, el canciller del gigante asiático realizó un periplo por nueve estados insulares del Pacifico Sur, en ratificación tanto de la voluntad de Beijing y los países anfitriones de estrechar la amistad y cooperación mutua a pesar de la algarabía monumental que desataran Estados Unidos y Australia como de la incapacidad de Washington y sus aliados de imponer su voluntad a todos en todas partes.
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, uno de los países excluidos de la cumbre de Los Ángeles, coincidiendo con estos movimientos, entretanto, realizó una extensa gira por naciones petroleras de Medio Oriente y Argelia, que demuestra quienes son realmente los aislados en este mundo.
El nuevo sistema mundo, previsto por el sociólogo norteamericano Inmanuel Wallerstein hace años, toma cuerpo como, según predijo, una gran división axial del trabajo con múltiples centros políticos y múltiples culturas.
La magnitud y peso de la revuelta contra la dominación unipolar, en resumen, es evidente que ya superó con creces y a nivel global las predicciones y alertas del politólogo y ex asesor de Seguridad Nacional del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, sobre la extrema peligrosidad para Estados Unidos de una entonces eventual alianza entre China, Rusia e Irán, hoy convertida en un hecho, pero con muchos más componentes antihegemónicos. (Brzezinski).
Hasta el controvertido ex primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, se percata de todo esto y sintetizó en declaraciones lapidarias al periódico de su país Il Giornale al asegurar “the West is isolated from de world” y poco más adelante el ex-premier británico Tony Blair, uno de los promotores de la invasión a Irak, admitió muy a su pesar el fin de la dominación occidental en beneficio, dijo, de la bipolaridad o la multipolaridad.
Aunque en la Casa Blanca y los círculos de poder del país parece que no entienden los cambios geopolíticos sustanciales ocurridos en los últimos tiempos, no podrían quejarse, sin embargo, de falta de consejos emitidos en los propios Estados Unidos por voces autorizadas del sistema y antisistema, antes y ahora.
Además de repasar las obras clásicas de pensadores orgánicos del sistema como Henry Kissinger y Z. Brzezinski, ambos responsables de operaciones imperiales como el apoyo a las dictaduras militares que ensangrentaron a América Latina en las décadas del 70 y 80, el genocidio en Vietnam, Laos, Cambodia, Indonesia, Timor, que hace años reconocieron que ya Washington no puede dominar el mundo, bastaría con que estudiaran los aportes de académicos norteamericanos más recientes.
Aunque no guste mucho a las élites por su clarividencia estratégica y activismo social no debían prescindir de estudiar las obras de Inmanuel Wallerstein, eminente sociólogo, economista e historiador norteamericano, que anticipó 15 años la caída del Muro de Berlín y el ascenso de China y pronosticó una gran crisis, no una simple recesión, en Estados Unidos entre 2010 y 2030 y su decadencia como amo hegemónico mundial. (Wallerstein).
Wallerstein predijo también lo que se está observando ahora a diario: el desgarramiento interno de la sociedad estadounidense por movimientos populistas xenófobos, racistas, y de supremacía blanca en auge en ese país, con energía tal que se atrevieron a atacar y ocupar el símbolo mayor del sistema, el Capitolio, en enero de 2021, fotografía nítida de Donald Trump y las fuerzas afines.
El asalto ha sido calificado por el jefe de la comisión legislativa Bennie Thompson que investiga los hechos como un intento de golpe de estado, en el que, aseguró, el presidente Trump estuvo en el centro de la conspiración desde el principio hasta el final, lo que proyecta a niveles sin precedentes la profundidad de la crisis sistémica que afecta a Estados Unidos y los terribles peligros que acechan.
No se debe olvidar, por su altísima peligrosidad, que justo en esos momentos finales de la administración Trump el mandatario, renuente a aceptar la derrota electoral, retozó con la idea de atacar a China, lo que provoco que el general Mark Miller, jefe del Estado Mayor Conjunto, la principal figura militar del país, alertara en secreto y violando todas las normas a su homólogo chino y le asegurara que no había plan alguno de guerra.
Sus acciones están descritas en el libro Peril, publicado en septiembre pasado, de los afamados periodistas Bob Woodward y Robert Costa, que unidas a los acontecimientos en el Capitolio dibujan, sencillamente, un escalofriante panorama.
El ensayo del académico Arta Noemi, Middle powers on the Multipolar World, publicado en marzo pasado por el Instituto para la Paz y la Diplomacia de Estados Unidos o su artículo intitulado American needs strategic empaty in a multipolar world, publicado por la revista digital National Interest, vocero de importantes sectores políticos, financieros y militares del país, por ejemplo, también podría ayudarles a comprender mejor las realidades geopolíticas de hoy.
Mucho ganarían si estudiaran profundamente por lo menos los volúmenes V y VI del monumental Estudio de la Historia, dedicado a las desapariciones de las civilizaciones, elaborado por el erudito británico Arnold Toynbee tras analizar los procesos de declive y caída de los principales imperios de la historia de la humanidad, que casi parecen una descripción de lo que acontece hoy en Estados Unidos.
Como es bien conocido, el fortalecimiento en curso del dispositivo bélico norteamericano en general y en particular en la cuenca del Pacifico, no parte de cero, y a pesar de eso no ha podido doblegar a las fuerzas que pugnan por un mundo multipolar, sin hegemonismos unilaterales.
Baste quizás recordar que el Comando Militar Unificado de Estados Unidos del llamado Indo-pacífico integrado por el ejército, la fuerza aérea, la armada y los marines, y dotados de medios coheteriles ultramodernos como el sistema Thaad, los misiles crucero tomahawks con capacidad de transportar ojivas atómicas, los submarinos y bombarderos armados con misiles nucleares emplea a 375 mil efectivos, dislocados en unas 200 bases y navíos, la quinta parte de las fuerzas militares del país y dos flotas navales, la Séptima con sede en Japón y la tercera en California. (Indo-Pacific).
A pesar de tal poderío en la zona, las fuerzas armadas de Estados Unidos están impulsando como parte de su estrategia del Indopacifico supuestamente libre y abierto, un acelerado programa de expansión de sus medios que incluye la recuperación de sus antiguas bases en Filipinas, algunas a solo un centenar de kilómetros del sur de China, el establecimiento de otra base militar en Micronesia y un número indeterminado en su colonia de Guam, también muy cerca de China y varias en Australia bajo formulas diversas.
Como parte de la estrategia reciente anunciaron la admisión de Corea del Sur en el sistema de ciberguerra de la OTAN, el segundo país asiático en lograrlo tras Japón y en abril pasado una delegación del comando militar unificado del Indo-pacifico visitó durante nada menos que seis días a Pine Gap, instalación clave en Australia del sistema de espionaje global Echelon y como es de suponer, no en plan turístico.
La misión estuvo encabezada por el jefe del comando unificado, almirante John Aquilino e integrada por James Dickinson, jefe del Comando Espacial y el teniente general Charles Moore, vicejefe del comando para la ciberguerra y el objetivo central fue China.
Se sabe por otra parte que, Estados Unidos sigue procurando encontrar algún país de la zona que acepte la instalación en su territorio de misiles de alcance intermedio enfilados, obviamente, contra China, esfuerzo hasta ahora infructuoso pues nadie parece que quiere provocar a Beijing hasta ese punto y convertirse en blanco de sus defensas.
Para ayudar a solucionar el dilema, la Corporación Rand elaboró un estudio que propone establecer los emplazamientos de carácter ofensivo en Guam, algún lugar de Micronesia o las propias bases militares norteamericanas en algún país aliado.
Según el diario chino Global Times desde 2021 representantes de Estados Unidos y Japón negocian sobre el particular y ya han comenzado trabajos de construcción de infraestructura para tales emplazamientos.
Todo ello quiere decir en realidad, más ganancias fabulosas para el complejo político militar industrial financiero de Estados Unidos, aunque sus fuerzas no ganen guerras o logren controlar las tendencias hacia la multipolaridad y en términos militares posicionamiento lo más cercano posible a China de medios ofensivos del máximo nivel.
Por cierto, y aunque sea difícil de creer, la segunda jefa del Pentágono Kathleen Hicks aseguró que Estados Unidos sufre de insuficiencia de compañías fabricantes de armamentos y llamó públicamente a incrementarlas cuanto antes, declaraciones difundidas sin rubor alguno por el sitio web Defense One, vocero del alto mando, el pasado 6 de junio, lo que sugiere, no hay que ser malpensado, que se preparan naturalmente para más guerras.
No hay razones objetivas para dudar de sus intenciones belicistas, pues son la esencia del sistema, el llamado Iron Triangle, el complejo político-militar-industrial-financiero que se autoalimenta solo de guerras y la fabricación de armamentos y ese complejo todavía tiene en mente pesadas tareas, principalmente una: tratar de desmembrar a Rusia en varios pequeños estados más fáciles de dominar y desestabilizar y contener los avances de China.
Este complejo siempre, o casi siempre, ubica representantes o directamente ejecutivos de las grandes corporaciones armamentistas y de otros sectores en el gobierno federal para velar por sus intereses.
En el gobierno actual el mejor ejemplo de esta práctica es nada menos que el jefe del Pentágono, el general de cuatro estrellas Loyd Austin, exejecutivo de la corporación Raytheon, una de las mayores del país y del mundo, fabricante de sistemas aeronáuticos, espaciales y armamentos especialmente misiles incluidos los famosos tierra aire Stringer y los antitanques Javelin, muy utilizados en Ucrania y los cruceros Tomahaws.
Aunque las versiones sobre planes para desmembrar a Rusia pudieran parecer delirantes o burda propaganda antinorteamericana baste con leer las afirmaciones en ese sentido de Robert Gates, exdirector de la CIA en su libro Duty: Memoirs of a Secretary at War o las informaciones sobre las recientes audiencias congresionales de la llamada Comisión Helsinki de Estados Unidos sobre la llamada descolonización de Rusia y su desmembramiento en varios Estados más pequeños y más fáciles de dominar para percatarse que en las elites estadounidenses, de uno y otro Partido, alucinan con estas pretensiones.
Esta comisión cuya sede radica a unas cuadras de la Casa Blanca tributa directamente al Presidente de Estados Unidos, el Secretario de Estado y otros altos cargos con propuestas de acciones en política exterior.
Estas ideas no son realmente novedosas. Ya en 1997 Z. Brzezinski propuso también la destrucción del coloso euroasiático y la creación de una Rusia europea, otra siberiana y la tercera del lejano oriente y en línea parecida se pronunció el secretario de defensa de la administración Bush padre y luego vicepresidente de su hijo Dick Chenney, el magnate de la corporación Halliburton, cuando la Unión Soviética implosionaba, quien defendió la idea de aprovechar la ocasión para acabar para siempre con la federación rusa y desmembrarla en múltiples pequeños estados, según cuenta Robert Gates.
La sesión sobre la llamada descolonización de Rusia de la Comisión Helsinki se produjo el pasado 23 de junio y conto con la presencia y activa participación de quien días antes había publicado en The Atlantic un artículo con ínfulas de programa sobre el tema, Mickey Casey, en el que llamaba a concluir ahora el trabajo iniciado en 1991 cuando la URSS se autodestruyó.
En el foro urgieron al gobierno federal a intensificar su respaldo a los movimientos secesionistas existentes dentro de la Federación de Rusia hasta lograr lo que denominan la independencia de Chechenya, Tatarstan, Dagestan y hasta de un enclave desaparecido hace más de dos siglos, Circassia.
Las sesiones de la Comisión Helsinki para el desmembramiento de la federación rusa fueron antecedidas y continuadas por foros similares en Vilma, Lituania, Praga, Republica Checa y Varsovia, Polonia, con similares propósitos organizados por un denominado instituto Free Nations of Russia y la entidad Fundacia Solidsarnaci, respaldados, según sus promotores, por la Red Atlas de Estados Unidos, que según el diario The Intercept recibe fondos del Departamento de Estado y la NED.
Más lejana en el tiempo plan parecido elaboraron Francia y Reino Unido en los años 20 del siglo pasado justo cuando en unión de otras metrópolis coloniales, Estados Unidos y Japón mandaron tropas a Rusia para tratar de liquidar la revolución bolchevique.
Idénticas acciones desestabilizadoras Estados Unidos desarrolla contra China desde la fundación del régimen popular en 1949, tales como el fomento del separatismo en el Tibet a través de grupos financiados y preparados por la CIA y más recientemente, pero en la misma línea, de las corrientes secesionistas de perfiles terroristas en la región de Xinjiang, también de importancia estratégica para Beijing pues el territorio abarca la sexta parte de la superficie del país así como en Hong Kong y Taiwán.
En los dos casos el objetivo final es evidente y hay que entender que no son realmente fantasías o alucinaciones, sino esfuerzos desestabilizadores concretos.
Si alguien duda sobre estos presupuestos quizás baste leer las declaraciones del Ex-Secretario de Seguridad Nacional de Donald Trump, John Bolton, sobre los intentos y preparativos de golpes de Estado en que participó, la punta del iceberg de una conducta sistemática de las administraciones norteamericanas a lo largo del siglo.
Recuérdese siempre el caso de Yugoslavia, cuyas repúblicas miembros de la federación fueron estimuladas en los años 90 a la separación una tras otra para al final desatar tres meses de bombardeos constantes sobre lo que quedaba, Serbia y Montenegro, por parte de Estados Unidos y la OTAN al margen del Consejo de Seguridad de la ONU y en violación flagrante del derecho internacional y como corolario Estados Unidos estableció en Kosovo su mayor base militar en el extranjero.
En la óptica de Washington el problema de fondo actual y perspectivo explícitamente planteado es, sin duda alguna, China, considerada por los círculos gobernantes de Estados Unidos como el peligro principal del siglo, como reflejan en sus documentos de seguridad nacional de los últimos tiempos, el llamado pivote o concentración de la mayoría del dispositivo militar estadounidense contra el gigante asiático establecido durante la administración Obama y la estrategia de sanciones, abuso de altos aranceles, y la elaboración de la estrategia del Indopacifico de la administración Trump y la continuidad de estos enfoques con el presidente Biden.
Esos círculos gobernantes y sus estrategas, como Brzezinski y Kissinger alertaron hace 20 años, saben y reconocen que el dominio norteamericano de postguerra terminó y de lo que se trata es, en escritos del ex asesor de seguridad nacional del presidente Nixon, de encabezar el proceso de transición hacia un nuevo orden internacional, pues, aseguró, ya es evidente que Washington no puede dominar al mundo.
Tomando prestado los criterios de Kissinger expuesto en su libro Diplomacia publicado a mediados de los años 90 aunque sin citarlo, el presidente Biden repitió claramente el 21 de marzo: es el momento de que las cosas cambien. Habrá un nuevo orden mundial y nosotros tenemos que dirigirlo.
No explicó, desde luego, que órgano de Naciones Unidas le otorgó el mandato para tamaña misión, totalmente congruente sin embargo con la historia de más de 200 años de intervencionismo y dominación estadounidense en todo el orbe, pero no con la Carta de la ONU, el derecho internacional y las aspiraciones de la población mundial.
En realidad, no hay sorpresa alguna. Washington siempre ha subrayado que no acepta potencias rivales a su hegemonía. Así nació la doctrina Monroe hace 200 años. y ahora desesperado por su evidente declive y paralelo fortalecimiento de otros actores se lanza a marcha forzada a tratar a toda costa de salvar su maltrecha hegemonía y para ello arremete contra China, Rusia y cualquier país, grande o pequeño, que se oponga a su dominación.
Lo nuevo es que ahora el país ya no está en ascenso, sino en descenso por primera vez en su existencia y que la oposición a su hegemonía unipolar se extiende por todo el orbe.
La doctrina del Indo Pacífico y la globalización de la OTAN en curso procuran precisamente obstaculizar de manera priorizada y total el avance de China en todos los campos posibles, para así tratar de mantener cierta hegemonía regional y global y por ello el intento de debilitar a Rusia, y con ello la asociación estratégica con China. Además, se le suma la expansión de la OTAN hasta sus fronteras, la utilización del régimen de Kiev como mascaron de proa contra Moscú y los esfuerzos por integrar a todos sus aliados, en primer lugar a los europeos y algunos asiáticos, en un gran frente unido contra China y Rusia.
El Secretario de Estado Antony Blinken lo explicó con todas sus letras en la Universidad George Washington el 26 de mayo pasado en larga exposición de 45 minutos destacando sibilinamente los valores de la diplomacia, pero omitiendo obviamente todo lo relativo al reforzamiento sustancial del poderío militar norteamericano , el cerco militar de China y los intentos de globalizar la OTAN.
Contrario a lo esperado, Blinken omitió todo lo relativo a intervenir militarmente en caso de conflicto bélico en Taiwán planteado días atrás por Biden en Tokio, pues aclaró que lo que harán es cambiar el ambiente estratégico en torno a Beijing, proyección de dueños del planeta que creen ser y para ello reiteró la convocatoria a un gran frente unido de sus aliados y socios contra China, definida como la amenaza más grave a largo plazo para el orden mundial.
Sospechosamente sincronizado con los pronunciamientos belicistas de Biden sobre Taiwán y la exposición de Blinken, el Secretario General de la OTAN, Jens Stotenberg, atacó a China por todos los lados posibles y sin motivo evidente aseguró que Beijing amenaza a la organización y poco después viajó a España y Estados Unidos para perfilar los preparativos antirusos y antichinos de la Cumbre de Madrid, como revelaron el europeo y Dear Tony como Stoltenberg llama al Secretario Blinken, según reveló la nota oficial del Departamento de Estado sobre los encuentros.
Bajo el denominado Nuevo Concepto Estratégico que aprobó el conclave madrileño lo que prepararon, como está oficialmente planteado, es una hoja de ruta centrado en el enfrentamiento total a China y Rusia a mediano y largo plazo y la expansión continuada de la organización, en principio con la adhesión, pendiente de concretar, de Suecia y Finlandia, guerra nada fría contra dos potencias nucleares y contra la segunda economía del orbe y la de más rápido crecimiento simultáneamente. O sea, OTAN atlántica y pacífica. Los peligros para la paz mundial con estas acciones saltan a la vista. (NATO).
Pero no solo plantean la expansión de la OTAN en estas direcciones.
África también está en la mira, pues según informo Europa Press el 25 de mayo el Ministro de Asuntos Exteriores de España José Antonio Albares está convencido del despliegue de la OTAN en África, lo que coincide con lo expuesto por el diario ibérico El Español el 16 de mayo sobre la orientación del presidente del gobierno Pedro Sánchez a sus representantes en los preparativos de la cumbre madrileña de incluir en las resoluciones el despliegue de la OTAN en África.
Al declarar oficialmente que el Sahel es un área de interés estratégico para la OTAN pues supuestamente allí amenazan sus intereses se convalida la expansión de la alianza por África para, en esencia, contrarrestar los sólidos avances logrados por China y Rusia en la región y tratar de preservar algún control sobre sus riquezas energéticas y mineras.
El despliegue de los medios militares norteamericanos y de la OTAN en África que por cierto se desarrolla desde hace tiempo se aceleró desde 2014 cuando se oficializó la creación de una denominada Coalición Global contra Daesh, organizada y dirigida por el Comando Central de las fuerzas armadas de Estados Unidos con sede en Alemania y particularmente desde mayo reciente cuando se reunieron en Marruecos con la subsecretaria de estado norteamericana Victoria Nuland, una de las principales abanderadas de la ofensiva contra Rusia.
La atención de Estados Unidos y la OTAN sobre África es de larga data. Baste recordar su participación en el salvaje asesinato del Primer Ministro del Congo Patricio Lumumba y el golpe de estado contra su compañero de ideales Nkrumah en Ghana, su apoyo a Portugal en la lucha contra los movimientos independentistas en sus colonias africanas, el apoyo al régimen racista de Pretoria y su agresión militar contra la Angola independizada y la agresión a Libia.
A pesar de tan tenebroso historial en África, en agosto pasado el secretario de estado Blinken presentó nada menos que en Sudáfrica lo que llamó un plan estratégico para ayudar a la región pero que explícitamente está diseñado para tratar de obstaculizar los sustanciales avances de China y Rusia en la zona, donde han desplazado a Estados Unidos en poco menos de una década.
El intento norteamericano de articular una especie de OTAN para Asia y el Pacifico avanzo en el conclave de Madrid con la asistencia por primera vez a estos foros de los mandatarios de Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelandia para sincronizar posiciones en visión evidentemente global.
La reciente oficialización por el presidente Biden de la condición de aliado importante fuera de la OTAN a Colombia justo en el contexto de la operación EU-OTAN contra Rusia en Ucrania, su expansión en Asia Pacifico y África, la Cumbre excluyente de las Américas y los debates para redefinir los objetivos de la alianza nada tiene de sorpresa, ni de casualidad.
La integración de Colombia en los esquemas de la OTAN se consolidó, de facto, en 2009 cuando se firmó el acuerdo entre el país y Estados Unidos bajo la presidencia de Álvaro Uribe, que facilitaba el acceso de las fuerzas militares estadounidenses a siete bases en el territorio, incluida la de Palanquero, en el centro del país, emblema de la fuerza aérea nacional.
En su momento el expresidente Ernesto Samper Pizano denunció al periódico español El País la peligrosidad de estos planes, pues, aunque alegan servir a la lucha contra el narcotráfico al servir para movilizar medios como los aviones Orion y Award, que llamó verdaderas plataformas volantes de inteligencia, en realidad están concebidos para la vigilancia y el espionaje sobre toda Sudamérica, Caribe y la costa occidental de África.
Además de las bases en Colombia, Estados Unidos mantiene otras 76 en América Latina y el Caribe, todas bajo el mando del Comando Sur con sede en Florida, a las que hay que sumar las que mantiene Reino Unido, en primer lugar, en las Malvinas y las cercanías de Venezuela y otros estados miembros de la OTAN. ´
El papel de este engranaje se puso de manifiesto nítidamente cuando durante la guerra de las Malvinas, Washington con la ayuda del régimen del general Pinochet apoyaron sustancialmente a su socio británico de la OTAN, que incluso trasladó 31 armas nucleares a Malvinas, según revelaron en su momento el exsecretario de marina de Estados Unidos, John F. Lehamen y documentos desclasificados de Londres.
Sobre el papel cumplido por Estados Unidos durante la larga guerra civil colombiana, el informe final de la Comisión de la Verdad difundido recientemente tras cuatro años de ingentes esfuerzos asegura que Washington conocía perfectamente de los asesinatos extrajudiciales cometidos por las fuerzas armadas directamente o asociados con las bandas paramilitares y las de los narcotraficantes, lo cual no fue obviamente obstáculo para desarrollar relaciones íntimas de cooperación.
Como se recordará, idéntico comportamiento tuvieron durante las dictaduras de Augusto Pinochet, Rafael Videla, Fulgencio Batista, Rafael Leonidas Trujillo, Alfredo Strossner, las dinastías de los Somoza y los Duvalier y las restantes proliferantes en América Latina y el Caribe durante décadas. (Chile).
Habría que asumir, por consideración a los testarudos hechos de la historia, que la selección de la Colombia anterior al Presidente Petro es esencialmente todo un símbolo de lo que aspira Washington realmente para América Latina y el Caribe.
Son, sin dudas, amenazantes señales de desesperación provocadas por la tendencia creciente de protagonismo de las corrientes y gobiernos progresistas en América Latina y el Caribe en los últimos tiempos y los sólidos avances económicos y políticos de China en la región, que afectan sustancialmente el predominio estadounidense en lo que las elites de Estados Unidos consideran su traspatio natural, exactamente para colmo en las cercanías del bicentenario de la doctrina Monroe.
En otras palabras, dos carriles paralelos. En síntesis, promesas de buena vecindad, ayuda económica y cooperación por un lado en Los Ángeles al tipo de la olvidada Alianza para el Progreso y al mismo tiempo reforzamiento de la presencia militar en la región y a nivel global para estar preparados en caso de necesidad y mientras intervenir muchas veces en secreto en la región y el mundo todo lo que puedan en los asuntos políticos internos, como está más que demostrado en la historia.
Prueba bien fresca de estas prácticas es la información difundida por el diario The Intercept el pasado 5 de julio sobre los proxys war desplegadas en secreto por fuerzas militares norteamericanas en Medio Oriente, África y Asia desde 2017 al amparo de una ley nombrada 127 E que, en violación flagrante del derecho internacional, les concede autoridad para tales desmanes, los cuales, por cierto, esconden al pueblo y hasta el congreso de la nación.
Análisis rotundo sobre la cumbre de la OTAN puede encontrarse en el artículo The missed oportunity of the june Nato Summit publicado el 8 de junio por la revista National Interest, bien conectada con altos círculos políticos y militares de Washington.
Según los analistas Daniel De Petris y Rajan Menon en el conclave no hubo resultados concretos, ni estrategia ni nuevo concepto estratégico como proclaman, solo verborrea vaga sobre aspiraciones futuras, sin precisiones, en resumen, concluyen, una oportunidad perdida.
A su juicio, además, no está claro porque la OTAN debería ser responsable de contrarrestar a Beijing en el Indo-Pacífico.
El anuncio del presidente Biden en la cumbre de establecer una base militar permanente de su país en Polonia y reforzar la presencia militar estadounidense en Rumania y otros estados vecinos de Rusia solo significa en la práctica echar más leña al fuego y atizar nuevos conflictos, más peligrosos para los directamente interesados y la comunidad internacional.
Reforzar sin embargo en Europa el antagonismo con China a la zaga de las presiones de Estados Unidos no debe ser tarea fácil. Baste recordar la oposición reiterada del presidente de Francia Emmanuel Macron a ser obligados a escoger entre Washington y Beijing, posición similar por cierto a la de los países de la ASEAN, que fue respaldada públicamente por el jefe del estado mayor de las fuerzas armadas galas, general, Francois Lecointre, en idénticos términos.
Las divergencias dentro de la OTAN y la Unión Europea no son nuevas, pero se calientan sensiblemente especialmente en el tema de las sanciones a Rusia en el área energética y China, como se demostró en la reciente cumbre madrileña de la OTAN que, aunque denomino a Beijing un desafío sistémico también llamo a mantener un diálogo constructivo con el gigante asiático, concesión obvia a las demandas de Alemania y Francia.
Y poco después del conclave la televisión francesa difundió un documental en que aparece el presidente Macron criticando a los líderes anglosajones por su retórica y acciones antirusas extremas y subrayando que Paris no pretende la aniquilación de Rusia, a lo que hay que añadir la visión del canciller germano Olaf Scholtz de un mundo multipolar para 2050 y la reiteración de que mantendrán los contactos con Moscú, pues estima que son absolutamente necesarios.
Los vínculos económicos, comerciales y de inversiones bilaterales entre China y la Unión Europea son de consideración y por ende la interdependencia. La Unión Europea es el principal socio comercial de China, que es a su vez el segundo socio comercial de la UE y el primer inversionista extranjero en la comunidad, con más de 181 mil millones de euros invertidos entre el año 2000 y 2018 por cada lado. Alemania, la primera economía de Europa, es a su vez el principal socio económico de China en la zona.
La relación bilateral en términos políticos es, empero, más compleja pues mientras en 2019 la UE llamo a China rival sistémico en su informe estratégico sobre los vínculos con el gran coloso asiático al año siguiente suscribieron otro llamado EU China 2020 Strategic Agenda for Cooperation y el año pasado lograron un importante acuerdo, en principio, para facilitar las inversiones en China, una vieja demanda de los europeos.
Habrá que ver en adelante cómo resolverán los gobernantes europeos el dilema que representa la interdependencia económica con China y Rusia, la crisis económica que les viene encima incluidas las advertencias sobre un invierno polar y su interrelación y las presiones de Estados Unidos para que se sumen a su cruzada contra Beijing, que objetivamente perjudica sus propios intereses nacionales.
No habría que sorprenderse si en el futuro inmediato las divergencias dentro de la Unión Europea y la OTAN se disparan y en algunos países asciendan los partidos de ultraderecha al poder. La reciente renuncia del premier italiano Mario Draghi y el ascenso al poder de una coalición con perfiles claramente neofascistas en su país podría ser una señal en esa dirección.
Mientras proclaman constantemente el mantra del Indopacifico libre y abierto no solo se amenaza con la fuerza a un pequeño país como Islas Solomon, sino como hizo entonces el premier británico Boris Johnson en febrero pasado en la Conferencia de Seguridad de Múnich y ahora acaba de reiterar su canciller Liz Truss se pronuncian por transformar la OTAN en un policía global y extender sus tentáculos hasta Asia Pacifico para, en primer lugar, amenazar a China.
La idea de extender la OTAN a Asia Pacifico propuesta por Johnson no es nueva. Ya en 2017 la OTAN publicó estas ideas en su estudio Fórum Papers no. 25 y en 2019 el ex canciller australiano Alexander Dower se pronunció porque la organización fuera la clave de lo que definió como la arquitectura de seguridad de Occidente y como aporte concreto propuso el ingreso de Australia en la OTAN.
Si esa idea no ha avanzado ha sido sencillamente porque a la mayoría de las naciones de la región no les interesa ese tipo de estructuras dominadas por Estados Unidos contra China.
Ejemplos recientes son la oposición de Malasia e Indonesia al pacto AUKUS, el rechazo de los líderes de la ASEAN a sumarse a las campanas anti-chinas y el actual acercamiento de los estados insulares de Oceanía a China.
Paralelo al reforzamiento de la militarización en Asia Pacifico en asociación con Reino Unido, Japón y Australia, Estados Unidos también elaboró una estrategia de supuesta activación de la cooperación económica y tecnológica con las naciones asiáticas, pero principalmente con sus aliados, llamada Marco de Cooperación Económica, la cual fue publicitada como el gran descubrimiento por el presidente Biden durante su gira de fines de mayo por Corea del Sur y Japón.
El plan intenta revertir el retroceso que significó para Estados Unidos la retirada durante la administración Trump del Tratado Transpacífico y contrarrestar los avances de China en términos económicos y comerciales con todos los países del área y a nivel general del Regional Comprensive Economic Partneship, el mayor acuerdo comercial del planeta, donde Beijing es el protagonista principal, pero como los republicanos se oponen a esta estrategia en caso de ganar las elecciones de noviembre dominarán la agenda del congreso y el plan se convertiría en agua de borrajas.
De todos modos, parece que el plan Biden nació muerto y más bien se trata de una operación de marketing político, pues para empezar no incluyó medidas de acceso al mercado norteamericano que es la gran demanda de los países del área, es abrumadoramente vago y solo es un incierto punto de partida de complejas negociaciones bilaterales que entrañan aprobaciones por los parlamentos respectivos, o sea, requerirá mucho tiempo para convertirse en algo real, si es que llega hasta ahí.
Planes como el reseñado para contener a China en la región más bien son, en resumen, una muestra más de las debilidades de Estados Unidos para impedir realmente el ascenso continuado de China y preservar su hegemonía en la zona y el orbe, que por demás nada aportan a la solución de los problemas económicos estructurales que aquejan a Estados Unidos.
La gira del presidente Biden por Cisjordana, Israel y Arabia Saudita en julio fue otro excelente ejemplo de irrealismo político y descalabro para el visitante, que además de reafirmar el compromiso perpetuo con Tel Aviv que proclaman todos los mandatarios estadounidenses sin importar que sus fuerzas asesinen a periodistas norteamericanos y población palestina en general trago en seco los ataques que profirió meses atrás contra el Príncipe Heredero de Arabia Saudita Mohammed Bin Salman y le mendigó que aumentaran su producción petrolera.
El mandatario saudita aprovechó la oportunidad y cuando Biden le tocó el tema del asesinato del periodista Kashoggi en el consulado saudita de Turquía le reprochó las decenas de miles de atrocidades cometidas por las fuerzas armadas norteamericanas en Irak y Afganistán, una tonelada de agua fría sobre el viajero y en mensaje totalmente cristalino le recomendó que Estados Unidos debe respetar los valores de los demás pueblos y abandonar sus persistentes intentos de imponer sus valores a todo el mundo, o se quedará solo con la OTAN, como ocurre ahora.
Sería difícil recordar peor balance de estos escasos meses para la ejecutoria de un mandatario norteamericano, al cual un aliado histórico de Estados Unidos y nada menos que el primer productor y exportador mundial de petróleo le canta las cuarenta con una sonrisa en los labios.
El puntillazo a tantos descalabros siguió, con diferencia de solo horas de la gira de Biden, con la cumbre en Teherán, entre los presidentes de Irán, Rusia y Turquía para demandar la retirada de las fuerzas militares norteamericanas de Siria y el fin del saqueo de sus recursos naturales, el respeto a su soberanía e integridad territorial y de paso servir al fortalecimiento de las relaciones bilaterales entre los reunidos.
Tras la reunión en la capital iraní, el presidente Putin llamo al Príncipe Heredero de Arabia Saudita en conversación sumamente cordial en la que, entre otros consensos, reafirmaron su voluntad mutua de seguir fortaleciendo las relaciones económicas y comerciales, ambiente totalmente diferente al áspero intercambio del mandatario árabe con Biden solo unas horas antes.
En esa proyección todo parece indicar que sin abandonar su injerencia en los asuntos internos de China a propósito del tema uigur de Xinjiang, Tíbet, Hong Kong, y otros, la punta de lanza principal de Estados Unidos y sus aliados esta enfilada en estos momentos a provocar una respuesta fuerte de Beijing ante los afanes separatistas de algunos círculos de Taiwán aupados por Occidente, que sirva para ser utilizada como una gran crisis y desatar entonces un arsenal de medidas similares al que emplean contra Rusia y así tratar de por lo menos debilitar a China y obstaculizar su avance.
De ahí las envenenadas señales que envían constantemente a Taiwán ventas constantes y crecientes de armas sofisticadas, visitas de altos dirigentes civiles y militares estadounidenses como el jefe de la Comisión de Relaciones Exteriores del senador Bob Menéndez y otros congresistas en activo, el exjefe de la junta de jefes de estados mayores, el exsecretario de estado de Donald Trump, Mike Pompeo , la promoción de acciones a favor de Taipéi en organismos internacionales y relaciones bilaterales, constantes declaraciones de apoyo a la denominada independencia de la isla china y promesas de defenderla en caso de una intervención china.
La Secretaria de Estado de Reino Unido, Liz Truss incluso aseguró semanas atrás como si fuera la comandante en jefe de la organización belicista que la OTAN defendería a Taiwán y poco después en Tokio el presidente Biden sorprendió a su propio equipo al asegurar que intervendrían militarmente si China atacaba a Taiwán, lo que provocó fulminantes y nerviosas correcciones inmediatas de los órganos dedicados a estos temas en Washington, en primer lugar, del Pentágono.
Henry Kissinger no perdió la oportunidad y ante todo el mundo llamó la atención públicamente a Biden al recomendarle en el Foro Económico Mundial de Davos que Taiwán no puede estar en el centro de las negociaciones entre Estados Unidos y China y que se debe negociar con Beijing y Moscú, pues el mundo está en lo que llamó una era totalmente nueva, preñada de gravísimos riesgos debido al potencial destructivo de las armas nucleares y las nuevas tecnologías militares. (Kissinger)
En el caso de China lo que pretenden es obviamente provocar y desestabilizar a Beijing que considera el tema Taiwán como sagrado, para, si fuera posible, contener el desarrollo de China, ya convertida en una gran potencia económica, tecnológica y militar y en camino de devenir en la primera economía por su volumen productivo en los próximos años.
El tema Taiwán y la reunificación de la nación sin dudas es sagrado para la población y los dirigentes de la República Popular China. Incluso el dictador Chiang Kaishek cuando se refugió en Taiwán tras la derrota ante el ejército rojo chino siempre consideró a Taiwán como parte inalienable de China, y así por demás lo reconocen los tres comunicados de Shanghái, base hasta ahora, por lo menos oficialmente, de las relaciones entre Beijing y Washington.
Las autoridades chinas han sido categóricas sobre el tema. Taiwán no puede estar en el centro de ninguna discusión, ni en ninguna mesa de negociación, es un asunto interno de China y nadie, ni siquiera Estados Unidos, impedirá la anhelada reunificación nacional.
Dados las continuos alardes y amenazas de Estados Unidos y algunos de sus aliados sobre el tema, las máximas autoridades determinaron que fuera precisamente el ministro de Defensa de China, Wei Fenghe, quien le asegurara el pasado 10 de junio frente a frente y con todas sus palabras a su homólogo norteamericano Lloyd Austin en la Conferencia de Seguridad Shangrila de Singapur que China no vacilará en luchar con cualquiera que quiera separar a Taiwán de China y aplastara cualquier intento secesionista. (Taiwán).
A diferencia de otras culturas donde son comunes los alardes retóricos en algunos sectores y la mentalidad de cowboy heredada, en la china se resalta la prudencia, el autocontrol y la mesura tras lo que se afirma la determinación, la firmeza y la visión de largo alcance…hasta el punto en que hay que dejar las posiciones firme y categóricamente establecidas.
Por tanto, cuando los chinos aseguran que jugar con el tema Taiwán es jugar con fuego, nadie debería tomar a la ligera la advertencia. Ya no estamos en los tiempos de las Guerras del Opio.
Ante la gravedad de la crisis económica y social que se avecina en Estados Unidos, Europa y el mundo subdesarrollado, la profunda interdependencia económica con China de unos y otros y los gravísimos problemas económicos y sociales estructurales que aquejan a decenas de millones de seres humanos, los derivados del cambio climático en primer lugar y el hambre de millones, lo lógico sería que los gobernantes se consagraran a diseñar las mejores alternativas para el beneficio de sus poblaciones, evitaran todo lo que pudiera complicar aún más el panorama y privilegiaran la diplomacia y las negociaciones para solucionar las contradicciones inevitables existentes.
La administración Biden y en general las elites gobernantes de Estados Unidos optan, sin embargo, por el camino de lo ilógico, el empecinamiento, las provocaciones constantes, la obsesión irresponsable e insensata contra China y la desesperación por sus avances mientras constatan el irreversible declive propio y prefieren caldear aún más los problemas existentes con acciones que objetivamente no van a beneficiar la solución de los problemas que enfrentan en su propio país, complicar más los conflictos entre las dos naciones y poner en peligro la paz mundial.
La soberbia supremacista consustancial a su naturaleza imperial les impide racionalizar la serie consecutiva de descalabros de los últimos meses y tiempos, ver las realidades como son y no como quisieran y ajustarse a los cambios y no como los toros Miura solo atacar, sin importar las consecuencias.
La visita de la multimillonaria Speaker de la Cámara de Representante Nancy Pelosi a Taiwán en agosto, en plan posiblemente de despedida del cargo, no va a afectar, desde luego, el desarrollo económico, social, tecnológico y militar de China, ni siquiera el comportamiento económico de este año y mucho menos le obligará a cambiar sus estrategias, pero si provoco a Beijing de la peor manera y tensará aún más la cuerda.
La fugaz pero tremendamente publicitada visita fue totalmente congruente con las estrategias contra China diseñadas por la Casa Blanca del Presidente Biden y para nada capricho personal de la legisladora aunque parece que su esposo e hijo tienen intereses particulares en la industria de semiconductores de Taiwán y ha sido seguida por otras provocadoras acciones, como las giras del gobernador republicano de Indiana Eric Holcomb y la de la senadora del mismo partido Marsha Blackburn, miembro de la comisión de servicios armados, violentando al máximo el anterior consenso sobre la existencia de una sola China.
En este curso el anuncio por el Consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan de otorgar a Taiwán la condición de aliado importante de Estados Unidos no miembro de la OTAN marca un hito sumamente peligroso en esta escalada de provocaciones, pues dinamita el consenso formalmente existente de una sola China.
Las respuestas iniciales de China a las provocaciones son conocidas y hay que esperar otras, tanto contra Estados Unidos como sobre los círculos separatistas de Taipéi, pues Taiwán es el gran perjudicado con estos alardes político mediáticos y China mientras tanto ha ratificado que proseguirá su camino de desarrollo integral, que es al final lo que aterra a Estados Unidos.
El 20 Congreso del gobernante Partido Comunista del coloso asiático, reunido en octubre, reafirmará este rumbo y convocara a toda la nación a elevarse una vez más en marcha unida en pos de cumplir sus metas de desarrollo con la vista puesta en el centenario en 2049 de la fundación de la República Popular y el renacimiento de la nación, tras un siglo de agresiones y humillaciones por parte de todas las potencias coloniales y neocoloniales, hoy aterradas por sus extraordinarios avances en todas las esferas.
Y ahora con toda probabilidad más activamente que antes, si fuera posible, pues el irrespeto sistemático de los derechos nacionales de China a recuperar sus territorios ocupados en el pasado por invasiones extranjeras hasta llegar a la crisis actual ha disparado el patriotismo y el nacionalismo de la población a los más altos niveles y hoy el rechazo a Estados Unidos es absoluto.
Pelosi es una funcionaria oficial, segunda en la línea de sucesión presidencial, y su visita únicamente servirá para estimular las corrientes separatistas existentes en Taiwán, aunque viole flagrantemente el acuerdo bilateral de existencia de una sola China cuyo gobierno central radica en Beijing, la base del entendimiento entre ambos estados y por ende no pueden haber vínculos oficiales directos con Taiwán.
Las recientes irresponsables e injustificadas continuas provocaciones de Estados Unidos contra China han sumido a las relaciones bilaterales en su punto más bajo en décadas y en peligros mayores de conflicto bélico directo, lo cual perjudica a todos, incluido a Estados Unidos, la región y el mundo, por un belicismo trasnochado de Washington empecinado en jugar con fuego y no reconocer que en una conflagración nuclear con dos potencias atómicas simultáneamente como Rusia y China no habrá vencedores.
La crisis actual no es como la de 1958 cuando, según la Corporación Rand y el New York Times, el mundo estuvo muy cerca de un conflicto nuclear pues Estados Unidos diseño operaciones de bombardeo nuclear sobre ciudades y centros militares e industriales de China, que carecía de ese tipo de armamento en ese momento.
Tampoco son los tiempos iniciales de la década del 50 del siglo pasado cuando en Washington diseñaron planes para bombardear con armas atómicas 1.200 ciudades y centros claves de la Unión Soviética, China y los países de Europa del Este, con cálculo de víctimas humanas superior a más de 200 millones de seres humanos, como revelo el Archivo Nacional de Seguridad de la Universidad George Washington con innumerables documentos desclasificados al alcance de todos en la web sobre múltiples diabólicos planes del Pentágono y los gobernantes de las distintas etapas, desde antes del fin de la Segunda Guerra Mundial cuando oficialmente EU y la URSS eran supuestos aliados
En el futuro inmediato no hay que excluir que Washington se avenga a negociaciones con Beijing, incluso al más alto nivel, aunque sin abandonar sus líneas principales de acción contra China, por lo que es poco realista esperar un cambio sustancial en los tensos términos de la confrontación bilateral actual. Todo lo contrario. La tendencia imperante es menos espacios de cooperación y más provocaciones y conflictos.
Las fuerzas realmente democráticas y pacifistas que abundan en la sociedad norteamericana seguramente comprenden cabalmente las innumerables señales que se acumulan por doquier y batallan con energía contra los círculos guerreristas que están poniendo en crucial peligro la existencia de la especie humana con sus acciones agresivas contra dos potencias nucleares, en primer lugar de la propia población norteamericana, mientras haya tiempo para impedir el holocausto.
Esos círculos han involucrado al país en más de 500 intervenciones militares en el extranjero desde 1776,60 por ciento de ellas entre 1950 y 2017 y más de un tercio de estas últimas después de 1999, según investigaciones del Centro de Estudios Estratégicos Fletcher de la Universidad Tufts, de Boston, cifras que demuestran que Estados Unidos ha sido el principal promotor de guerras en el mundo desde su nacimiento como estado.
Téngase en cuenta que el militarismo, el racismo y el hegemonismo enquistados en los círculos gobernantes de la sociedad norteamericana desde siempre son, ante todo, un peligro mortal para la propia sociedad estadounidense, sus instituciones y valores democráticos y su población, ya sea por conflictos en el exterior o por la acción de organizaciones terroristas internas o de origen externo. (Militarismo).
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