La América Latina de hoy celebra elecciones universales y verificables, y defiende la alternancia de gobiernos como un estándar de democracia. No es aceptable la imposición por la fuerza militar de gobiernos autoritarios.
La humanidad tiene la costumbre de registrar sus principales eventos históricos. Así como los seres humanos en su ámbito individual, recuerdan y celebran la vida y muerte de sus familiares y amigos cercanos, las fechas nupciales, o el santoral, la historia refleja acontecimientos que marcan a las sociedades. Este año se conmemoran los doscientos años del “América para los americanos” de James Monroe. Buena parte de la región ha estado celebrando en años recientes el ciclo del bicentenario de las independencias políticas formales, las Fiestas Patrias. Ha sido este el año de conmemoración reflexiva del cincuentenario del golpe de Estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende. Y hace pocos días ha fallecido Henry Kissinger, uno de los más importantes contribuyentes a la Teoría y la Historia de las Relaciones Internacionales, y a su vez responsable de crímenes de lesa humanidad no sólo en América Latina sino en otros escenarios geográficos.
En el tránsito del siglo XIX al siglo XX, Estados Unidos fue consolidando su dominación sobre los Estados latinoamericanos y caribeños. Estados nacionales que, tras sus guerras de independencia, fueron parte de la disputa de mercados y recursos naturales frente a la potencia hegemónica europea y global. El Reino Unido terminó cediendo ante el ascenso de la capacidad productiva de la industria estadounidense y el protagonismo que ganó ese Estado en el período entre ambas guerras. La fundación de la OEA en todo caso, consolidó la prevalencia estadounidense en el hemisferio occidental en los inicios de la Guerra Fría, y subordinó al continente en su lucha contra el bloque soviético. Extraña coincidencia de que fuera el momento de creación de la OEA, el que marcara también, el inicio del conflicto armado interno más prolongado en nuestro continente, y que ya dura 75 años en Colombia.
La política de alineamientos excluyentes entre dos bloques enfrentados, pesó sobre la conformación de gobiernos nacionalistas latinoamericanos que aspiraban a mayores márgenes de soberanía política y la modernización institucional de sus países. Para ello era indispensable recuperar el control de sus recursos naturales, indispensables para fomentar una renta nacional que fuera suficiente para superar el estado de subdesarrollo y dependencia de sus economías, a la vez que permitiera políticas públicas que cerraran la brecha de inequidad social y facilitaran la movilidad social ascendente de los sectores excluidos y preteridos. Esto no visto sólo como razón de justicia social sino como factor de estabilidad política.
Tuvo que desaparecer la competencia bipolar de la Guerra Fría, para que emergieran gobiernos democráticos en América Latina. Y tuvieron que transcurrir décadas para que emergieran movimientos populares y organizaciones progresistas, que recogían aspiraciones legítimas y preteridas de la inmensa mayoría de las sociedades, con posibilidades reales de convertirse en gobierno. Pasó mucho tiempo para que la recuperación de la memoria histórica, y el enjuiciamiento de los responsables de delitos de lesa humanidad, permitiera siquiera reparar moralmente el daño que habían provocado regímenes militares o cívico-militares que fueron apoyados por Estados Unidos en conflictos de “baja intensidad”.
Esas prácticas no están olvidadas. Están muy cerca en el tiempo, el golpe contra Zelaya en Honduras, en 2009, hizo recordar las décadas pasadas donde los golpes de Estado eran frecuentes. Apenas hace unos años se vivieron momentos de represión policial y paramilitar en Chile, Colombia y aún subsisten esas prácticas en Perú, y volvió la memoria del exterminio de generaciones sometidas por gobiernos de facto y terror. Construir democracias en el hemisferio occidental aún implica un alto costo cuando hay una cultura autoritaria que subsiste en las Fuerzas Armadas y Policiales, y que en buena medida son depositarias de prácticas aprendidas en los cursos en instalaciones militares de Estados Unidos, aunque sería injusto darles todo el crédito. La responsabilidad recae también en asesores militares de otras nacionalidades.
La América Latina de hoy celebra elecciones universales y verificables, y defiende la alternancia de gobiernos como un estándar de democracia. No es aceptable la imposición por la fuerza militar de gobiernos autoritarios. Cuando gobiernos electos de derecha alcanzaron mediante el voto popular, la posibilidad de acceder al gobierno, no hubo movilizaciones para impedirlo. No las hubo en Brasil, no las hubo en Ecuador, ni tampoco ahora en la Argentina. No puede decirse lo mismo de los actores de extrema derecha. Tan condenable es el intento de los partidarios del ex presidente Donald Trump de irrumpir en el congreso, como de los seguidores de Jair Bolsonaro de tomar por la fuerza las instituciones políticas brasileñas en el Planalto. Se trata de respetar la decisión del soberano que radica en la sociedad. Se trata de evitar la ruptura de la institucionalidad política. Por supuesto que todo no es lineal. Hay oposiciones que deberían ser reevaluadas, habrá gobiernos que probablemente deberán de revisar en el futuro su actitud hacia las oposiciones políticas, pero en el marco de la negociación política, las concesiones y el compromiso mutuos, no en el marco de las presiones externas ni de las sanciones internacionales promovidas desde Washington.
Vivimos un Mundo en que, en otras regiones geográficas, algunas potencias establecidas han incrementado su protagonismo o emergen potencias regionales que reclaman mayor participación en los asuntos de la agenda mundial. Nuevos bloques se configuran. Algunos como es el caso de los BRICS aumentan su peso específico en el comercio mundial, o se configuran como alianzas de seguridad como es el caso de la Organización para la Cooperación de Seguridad de Shanghái. Un Mundo en el que no pocos recuerdan que otras potencias han declinado en la historia, sea este declive ralentizado o acelerado, en dependencia de la interpretación de parte interesada. Y esto lo estamos viviendo en un contexto en el que hay en curso un conflicto armado en Europa, en el que algunos Estados del África Occidental se cuestionan los lazos que han permanecido con su antigua metrópoli colonial, y en el que algunos conflictos por la soberanía territorial o por el control de rutas marítimas, parecen acercarnos a una nueva etapa de enfrentamientos entre bloques polarizantes del escenario global.
Algunos autores ven esto como el inicio de una nueva etapa de Guerra Fría. Pero los latinoamericanos y caribeños no quieren ser partícipes de esto, ni como víctimas ni como victimarios. Es inútil pedirles que se pronuncien en respaldo a algún actor en particular, o que entreguen sus recursos militares para alimentar un conflicto que rechazan de plano y que ha durado mucho tiempo. No es una casualidad que la región haya renunciado a la posesión de armas de exterminio masivo, en particular las nucleares, y trate denodadamente de resolver por vías pacíficas y la generación de medidas de confianza, desescalar viejos conflictos por cuestiones territoriales y resolverlos por vía pacífica. La UNASUR, que ahora trata de rearticularse, y la CELAC, son parte de este esfuerzo por cohesionar a la región en los temas que son de su prioridad y especialmente en la paz. La CELAC aparece como el espacio legítimo y con credibilidad política para llevar adelante, al menos en el corto plazo, la resolución pacífica de cualquier contencioso que suceda en la región. Mención especial merece el esfuerzo del gobierno del presidente Gustavo Petro, en negociar con todos los actores involucrados en el conflicto armado interno de su país, para que finalmente se alcance la paz en Colombia. El gasto militar ha sido uno de los grandes factores de retardo para el desarrollo económico regional.
Aunque la guerra que se libra entre Ucrania y la Federación de Rusia tiene impactos en el precio de las materias primas energéticas, de los alimentos, e influye en el mercado que abastece de microprocesadores al sector de alta tecnología vinculado con las tecnologías de la información y las comunicaciones, América Latina y el Caribe como subcontinente trata de mantenerse al margen, en posición de crítica, pero también de neutralidad. Resalto la posición crítica ante los conflictos armados y ante el uso excesivo de la fuerza militar en menoscabo de la población civil no combatiente, la principal víctima. La región ha reaccionado vigorosamente, en términos muy duros, contra el empleo de la violencia por Hamas en territorios que Israel considera suyos y que los palestinos y el Mundo árabe considera ocupados ilegalmente por Israel. Pero particularmente, el subcontinente latinoamericano y caribeño censura los métodos de guerra de Israel, bombardeando indiscriminadamente instalaciones de uso civil y zonas residenciales, provocando la muerte en especial a niños y mujeres, pero también al personal humanitario y de salud. Sobre este tema hay una diferencia esencial de posturas entre América Latina y el Caribe y Estados Unidos.
Tenemos nuestros propios problemas y en general el continente admite que no está interesado en involucrarse en guerras distantes, por motivos ajenos, y porque asume que la resolución de los conflictos debe hacerse a través del diálogo, la negociación política y sin menoscabar la paz como un bien colectivo y universal. América Latina no debe ni puede ser invitada a tomar parte en un conflicto armado, ni siquiera como suministradora de tecnología militar, particularmente cuando tiene que lidiar con las asimetrías considerables que existen en términos de ingresos de sus ciudadanos, cuando tiene que reducir el empobrecimiento material y espiritual en sus sociedades. El espacio Nuestroamericano no ha renunciado al desarrollo de su economía y a la búsqueda de su inserción internacional en mejores condiciones que le permitan reducir el fardo pesado que representa la deuda externa, pública y privada, que gravita sobre su capacidad para desplegar políticas públicas inclusivas, que generen bienestar y estabilidad política.
Obviamente, se percibe con preocupación el exceso de sinceridad de la generala Laura Richardson cuando se refiere al interés de Estados Unidos en los recursos naturales de América Latina. Tendríamos que haber sido excesivamente ingenuos para no habernos percatado antes. En todo caso, gracias por la confirmación. Por supuesto que como actor económico relevante en la economía y en la política, nadie en la región se ha propuesto reducir los vínculos con Estados Unidos. En efecto, las Américas tienen importantes reservas de agua potable y biodiversidad (biogenéticas), gas y petróleo, litio y cobalto, y es una de las principales regiones productoras de alimentos, entre muchas cosas. Pero si aparecen nuevos socios en el comercio, con propuestas que sean ventajosas en términos de mecanismos de pago, acceso a mercados y transferencia de tecnología, por el interés nacional de los países de la región, sin discriminar a ningún actor por su naturaleza política y en el espíritu de la libertad de comercio, esas propuestas serán escuchadas y con mucha probabilidad bienvenidas. Y no hablo sólo del ascenso de la República Popular China, sino también de otros actores que emergen como India, Turquía, Irán, Corea del Sur. A los países del subcontinente les interesa diversificar el origen de los flujos de inversiones y del comercio, pues hace menos dependientes y menos vulnerables a sus economías.
Sin embargo, pensemos por un momento en la agenda extensa que nos compromete con todos los actores globales, incluido Estados Unidos. En primer lugar, el tema migratorio es esencial. Estados Unidos es el foco de la mayor parte de las migraciones latinoamericanas y caribeñas, que son a la vez que fuente importante de la fuerza de trabajo que mueve la economía estadounidense, emisores de importantes remesas que sustentan una fracción de los ingresos de las economías de esta zona de las Américas. A Estados Unidos le preocupa, al igual que al resto de las Américas, una migración irregular que pone en riesgo la vida de los migrantes. La mejor forma de ralentizar esa migración no es poniendo barreras o tratándola como un tema de seguridad. La mejor forma es facilitando en los países de origen condiciones de vida digna, de empleo de calidad y no informal, que repercuta positivamente en la seguridad pública. Es decir, la mejor forma es invertir en políticas que reduzcan las causas de la migración. Los países de América Latina están tratando de hacer esto, pero seguramente sería bienvenida la cooperación de otros actores, entre ellos Estados Unidos, sin condicionamientos.
Todos los Estados tienen ahora mismo entre sus principales preocupaciones, temas urgentes como la transformación de la matriz energética, el cambio climático o el reforzamiento de los sistemas de salud que ya demostraron su fragilidad en la reciente pandemia de la Covid19. Por supuesto que modificar la matriz energética llevará un tiempo y para ello son necesarias cuantiosas inversiones en un Mundo que sigue siendo dependiente del consumo de petróleo y de otras fuentes fósiles de energía. Sin embargo, el tiempo apremia. El aumento del nivel del mar y la mayor frecuencia de catástrofes naturales, obligan a aplicar medidas drásticas para descarbonizar las sociedades. En esta como en otras áreas, la cooperación de Estados Unidos y de otros actores internacionales será vital para el acceso a tecnologías en el área de las energías renovables. Importante va a ser también las medidas de mitigación del impacto ambiental negativo que tienen las actuales tecnologías con incidencia en el cambio climático. Estados Unidos podría impulsar junto con los otros miembros de la junta de gobernadores del FMI, el canje de deuda externa por deuda ambiental. La propuesta del ex presidente Correa, de no explotar las reservas petroleras del parque nacional Yasuní quizás pareciera muy avanzada y prematura, pero con justicia creo que estaba orientada en el camino correcto.
En particular hay que prepararse para que los cambios climáticos provoquen en el futuro el desplazamiento de comunidades humanas. Es altamente probable que el cambio climático afecte los asentamientos de ciudades importantes como Nueva York, Londres o Venecia. Pero en el caribe insular esto tendrá consecuencias devastadoras. Ante la posibilidad de que el cambio climático provoque un desplazamiento forzado de origen ambiental, hay que preparar desde ahora las condiciones para el posible reasentamiento de comunidades humanas que no pueden quedar desamparadas. Esto es una misión compartida. La diáspora caribeña agradecerá que esto sea tomado en consideración y contribuirá como sociedad civil a proteger a sus connacionales.
Rescato como última mención el tema de las pandemias. Si algo ha demostrado la última que hemos vivido, y ante la posibilidad de que en el futuro próximo haya otras más, es que los sistemas de salud deprimidos por la crisis económica y los recortes del gasto público, vulneran a las sociedades. Es necesaria la inversión en el sector de la salud, en términos de que esta brinde cobertura universal a sus ciudadanos. El sistema de salud privado es excluyente y tampoco demostró la capacidad para asumir un reto que hizo colapsar a todos. El continente necesitó de vacunas para inmunizar rápidamente a su población, de medicamentos para hacer viables los protocolos médicos que sobre la marcha se implementaron para disminuir la mortalidad y devolver del contagio a pacientes con calidad de vida. Acaparar vacunas no fue un gesto bienvenido. Aún no se sabe el daño que esto haya provocado y quizás en el futuro los sistemas de seguridad social tengan que asumir el costo que representará la atención de salud y los medicamentos necesarios para sostener la calidad de vida de todos aquellos que fueron contagiados con la Covid19. El acceso a las vacunas seguirá siendo esencial, la cooperación en la investigación y desarrollo, para prevenir y tratar esta y las futuras pandemias será determinante. No importa el origen nacional de las vacunas, pero sí el acceso a estas al menor costo posible.
A doscientos años de Monroe y su discurso transformado en doctrina, en medio del bicentenario latinoamericano y caribeño de la independencia política formal, y con el recordatorio de la triste historia de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina y el Caribe, se afianzan en nuestro subcontinente Estados orgullosos de su identidad y sus raíces, de su diversidad étnica y sus tradiciones. Abiertos al Mundo en lo que sea para bienestar común, deseosos de cooperar en los asuntos que urgen para el conjunto de la humanidad. Y con la claridad de no aceptar ni antiguas, ni actuales, ni futuras hegemonías. No competimos con o contra las otras potencias. Nuestra “América es para los americanos” es diferente, viene desde el Sur.
Ponencia presentada en la XXI Edición de la Serie de Conversaciones “Cuba en la política exterior de los Estados Unidos de América”
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