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Tema: Tendencias Internacionales

Netanyahu y el dilema político interno: las crisis antes y después de la actual guerra en Gaza

Netanyahu lleva sobre sí varios pesos: las acusaciones de corrupción, fraudes y abuso de poder

  • Gleydis Sanamé Chávez | 08/03/2024

Gleydis Sanamé Chávez. Investigadora del CIPI

El 7 de octubre de 2023 pudo habérsele figurado a Benjamín Netanyahu como un nuevo soporte a su desequilibrada legitimidad como primer ministro, tras arrastrar durante meses con un país en aguda crisis política, una crisis sin precedentes en la historia del Estado hebreo. El pretexto de amenaza contra la seguridad nacional —que le permitiría afianzarse en el poder y hacer avanzar las agendas colonizadoras y anti judiciales de sus ministros sionistas— también ha tenido un doble filo, pues no han dejado de surgir las dudas sobre las capacidades reales del gobierno para defender a cada ciudadano israelí, después de no haber previsto (supuestamente) el terrible ataque.

El propio acontecimiento bélico —reactivador de un conflicto de más de siete décadas—, lejos de garantizar una unidad interna total en Israel, ha afianzado las dudas que sobre la persona de Bibi[1] se habían estado gestando, solo que esta vez, además de corrupto y ambicioso se le vinieron a sumar los calificativos de prepotente, incapaz y (en no pocos casos) asesino. En ese sentido, no ha sido la decisión bélica de Hamás la pura panacea para los intereses políticos de Netanyahu y de las figuras con las cuales sostiene coalición.

Pero tampoco lo fue antes el hecho de que llegaran al poder y lanzaran una reforma judicial, pues nunca en la historia de Israel se había visto en las calles a una ciudadanía tan enfurecida contra su gobierno. Más bien podría decirse que el actual primer ministro no ha encontrado la calma total para su gestión desde que fuese acusado por corrupción, fraude y abusos de poder en los años 2018-2019; desde entonces su capital político ha ido mermando, en una transición sin igual que ha partido desde un alto prestigio como el primer ministro con más tiempo en el cargo hasta llegar a ser la figura política más vituperada en el país en los últimos meses.

Al respecto: ¿cuáles han sido los dilemas que ha enfrentado el premier en los últimos años y cómo se las ha agenciado para salir de ellos? Hagamos primero un recuento.

Benjamín Netanyahu: la crisis política emergente en 2019 y el ascenso de la extrema derecha

En noviembre de 2022 tuvieron lugar en Israel elecciones legislativas, las quintas en tres años y medio. Ese número de comicios dieron cuenta de la inestabilidad política ejecutiva y la división legislativa que emergieron después de que se desatara en 2018- 2019 la ola de acusaciones contra Netanyahu por presuntos actos de fraude, corrupción y soborno.

El reconocido político se ha afianzado como el primer ministro con más tiempo en el cargo, primero entre 1996 y 1999 y luego desde 2009 hasta 2021. No obstante, para 2018-2019 los escándalos de abuso de poder sobre su persona conllevaron a importantes divisiones dentro de la derecha en la Knésset (Parlamento) que le impidieron contar con la confianza de varios políticos para formar gobierno, lo cual posibilitó a sus oponentes (de centro y derecha) la formación de alianzas, como sucedió con la coalición Bennet-Lapid, tras varios intentos fallidos del Likud por volver a dirigir el país y la intervención necesaria del entonces presidente Reuven Rivlin para designar a un nuevo premier.

Vale recordar que desde el propio año 2019, que —en caso de ganar— hubiese marcado para Benjamín el quinto período consecutivo como primer ministro (el primero en lograrlo), la oposición en su contra había estado empujando fuertemente desde el legislativo para evitar su permanencia en el poder, la cual había conducido a una inmovilidad política sin precedentes. Destacaban Yair Lapid y Benny Gantz como principales contrincantes.

Sin embargo, los problemas judiciales hicieron el camino más fácil para removerlo de su puesto, tanto así que hasta el veterano Avigdor Lieberman, ex ministro de Defensa, se apartó de la coalición gobernante y mermó los asientos con los cuales contaban en el Parlamento en ese propio año 2019; este hecho, junto a las crecientes divisiones entre los partidos aliados, obligó a Netanyahu y a su equipo a una disolución anticipada de la Knésset para convocar a nuevas elecciones.

Desde entonces comenzó un período de inestabilidad política en el país (entre disolución de parlamento y nuevos comicios legislativos) que solo vino a frenarse —momentáneamente— con la llegada al poder del actual bloque de extrema derecha y el Likud en noviembre de 2022, pues la fórmula Bennet-Lapid solo estuvo un año con vida y en constante contradicción.

Teniendo en cuenta lo anterior, pudiéramos resumir esa falta de estabilidad política interna en la siguiente secuencia[2] de acontecimientos:

  • Elecciones parlamentarias en abril de 2019: Netanyahu no obtiene mayoría y no pudo conformar Gobierno.
  • Mayo de 2019: disolución de la Knésset.
  • Septiembre de 2019: Netanyahu obtiene mayoría, pero no logra formar un Ejecutivo estable. Insta al Parlamento a nombrar un primer ministro.
  • Marzo de 2020: Nuevas elecciones legislativas. Netanyahu obtiene victoria, pero sin mayoría. Firma un acuerdo de investidura para alternar el poder durante tres años con Benny Gantz (centrista). Esa fórmula fracasó.
  • Diciembre de 2020: Parlamento se disuelve, se anuncian elecciones para marzo de 2021.
  • Marzo de 2021: Netanyahu gana, pero tuvo que aceptar un pacto de alternancia que no resulta.
  • Mayo de 2021: El entonces presidente Reuven Rivlin designa a Yair Lapid como nuevo primer ministro, quien acuerda con Naftali Bennet una fórmula de alternancia por períodos. La negociación llevó a Bennet a convertirse en primer ministro. [3]
  • Junio de 2021: El Parlamento ratifica al Gobierno de Coalición encabezado por la fórmula Bennet-Lapid, y que sumó a representantes de 8 partidos, incluido la Lista Árabe Unida (Ra’am en hebreo).
  • Junio de 2022: Primer Ministro Bennet y su Ministro de Relaciones Exteriores Yair Lapid anuncian la disolución del Parlamento y el llamado a nuevas elecciones. La coalición presentó numerosas contradicciones que le impidieron funcionar. Yair Lapid asume como premier entre julio de 2022 y diciembre de 2022.[4]
  • Noviembre de 2022: Netanyahu gana las elecciones y logra formar gobierno con partidos representantes de la extrema derecha y la ultraortodoxia en Israel.

Definitivamente, los derroteros políticos de Netanyahu venían siendo bastante engorrosos; un punto peculiar en todo ello ha sido la fuerte división dentro de la derecha parlamentaria, a un nivel tal que el campo de la oposición a esa figura no quedó ocupado solamente por las formaciones izquierdistas. De hecho, el propio Naftali Bennet, siendo un ultranacionalista religioso, emprendió una carrera total contra Benjamín por tal de que rompiera con el ritmo consecutivo de 12 años en el poder.

Esa fragmentación de la derecha empujó al ambicioso Netanyahu a recostar sus fuerzas en las propuestas que enarbolaban partidos que, por sus agendas extremistas, habían sido limitados en participación y alcance dentro de la Knésset. La presión judicial contra Bibi era considerable y se imponía —para su supervivencia política— crear alianzas que le garantizaran mover la legislación hacia un espectro seguro para un tránsito expedito en su futura vida política; se lanzó a lo anterior entregando a cambio la posibilidad de materializar programas sionistas, antiliberales y desafiantes del derecho internacional.

A propósito, valdría preguntarse: ¿por qué las intenciones infructuosas de formar gobierno y los ejecutivos fallidos previamente fueron semilla para el ascenso de la extrema derecha dentro del parlamento israelí? Primeramente, habría que tener en cuenta la propia coalición Bennet-Lapid, que en su fórmula incluyó la representación de la minoría árabe, con programas inclinados a garantizar algunos derechos para ese porcentaje de la población; además, incluyó otras formaciones que no se comportan con mucha radicalidad en relación con el conflicto israelí- palestino.

También, un aspecto que ayudó a ese ascenso fue la postura antiliberal de la extrema derecha, la cual aprovechó el capital político de Netanyahu para ponderar discursos contrarios al poder judicial, alegando sobre supuestos ataques a la libertad y autoritarismo por parte de sus representantes, mensajes que bien sirvieron a Benjamín para intentar desmoralizar y deslegitimar al propio poder que le seguía los pasos.

Igualmente, y no menos importante para el análisis, hay que tener en cuenta un deslizamiento progresivo hacia la derecha dentro de la propia sociedad israelí. Al respecto, existen varios factores[5] que han empujado a ello: la propia evolución demográfica (alta natalidad en entornos religiosos sionistas y ultraortodoxos); los fracasos del proceso de paz con los palestinos (con pérdida de credibilidad en las posiciones de izquierda); enfrentamientos constantes con la resistencia palestina que conllevaron a una radicalización política; así como las decisiones de Donald Trump hacia Israel y los avances diplomáticos de Tel Aviv con el mundo árabe.

Dentro de todo ese arco de causantes, el propio inmovilismo político de años, debido a la permanencia de Netanyahu en el poder, permitió a la extrema derecha colocar ante la opinión pública agendas más novedosas que las expuestas por la derecha tradicional, un tanto anquilosada y desacreditada.

La extrema derecha en Israel

Sobre esta cuestión de definición sobre derechas e izquierdas es importante destacar que dentro de Israel su determinación no está definida, en un primer orden, por las cuestiones socioeconómicas, sino por la posición política que se asume y se defiende en relación con el conflicto israelí-palestino y con la identidad del Estado (judío).

En ese sentido, según afirma Peter Lintl[6] del Instituto Alemán sobre Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP, por sus siglas en alemán), se podría destacar que la extrema derecha suele desechar y condenar —sin alternativas— la idea de la solución de los dos Estados ante la problemática de Palestina, al tiempo que suele defender al Sionismo como política. Por su parte, el carácter antiliberal de esta posición ideológica indica un rechazo a los principios de la democracia liberal —que no el liberalismo económico— al no respaldar la división de poderes, en especial por las limitaciones que enfrentan los poderes ejecutivo y legislativo ante el judicial.

Consecuentemente con ese análisis, se puede agregar que para Netanyahu poder formar una coalición fuerte para presentarse a elecciones, tras la crisis por acusaciones de corrupción y la pérdida de apoyo de varios partidos aliados, tuvo que aceptar a formaciones tan extremistas que si hubiesen estado en los años 80 del siglo anterior no hubiesen avanzado tanto, porque para ese entonces estaban vetadas y prohibidas dadas sus evidentes manifestaciones racistas y fascistas.

De hecho, uno de los partidos que pasó a gobernar con el Likud a partir de noviembre del 2022 fue el Otzma Yehudit (poder judío), liderado por Itamar Ben-Gvir, quien se proclama orgullosamente como sucesor del partido Kach, encabezado por Meir Kahane y vetado por racista. Según destaca Peter Lintl, cuando Kahane intentaba subir al estrado en la Knésset, todo el pleno se marchaba a modo de protesta; sin embargo, hoy Netanyahu ha permitido que los sucesores del Kach no solo avancen en el parlamento, sino que, además, se conviertan en ministros.

Estos actuales miembros del gobierno defienden la expulsión de los árabes del Estado israelí, la anexión y colonización de territorios en Cisjordania (expansión de asentamientos), el reclamo y posición sobre lugares “santos” para el judaísmo, la discriminación de la población palestina y la defensa de tradiciones religiosas propias de su fe, en no pocas ocasiones contradictorias con políticas modernas en defensa de los derechos humanos como las relacionadas con las libertades sexuales y de género.

La extrema derecha en el poder y la crisis política desatada con los intentos de reforma judicial

Como Netanyahu se encontraba en crisis desde 2019 ante la opinión pública y los ministros del gabinete de coalición que formó a partir de noviembre de 2022 necesitaban agilizar y materializar sus agendas políticas sionistas, lo primero que emprendieron como Gobierno 37 en la historia de Israel fue la llamada reforma judicial, un proyecto político- legislativo que ha pretendido aprovechar la mayoría parlamentaria con la que cuentan para, fundamentalmente, disminuir al poder judicial las prerrogativas que posee a la hora de vetar propuestas lanzadas desde el ejecutivo.

El atrevimiento de este equipo gobernante (fundamentalista y fanático en buen porcentaje) no midió las consecuencias que podrían acarrear sus intenciones en un país con tradición democrática en relación con el respeto a la división de poderes. Lejos de resolver los problemas que el legendario primer ministro ya venía arrastrando, aumentaron la tensión interna, empujando a las calles —por varios meses— a cientos de miles de personas en actitud de protesta.

Yariv Levin —miembro del Likud y actual Ministro de Justicia de Israel— constituyó el arquitecto del paquete legislativo que iría a impulsar la reforma, paquete lanzado públicamente en enero del año 2023 con el objetivo de llevarse a aprobación parlamentaria de manera paulatina. Uno de los ejes centrales de esta propuesta reformista consiste en la anulación de la “doctrina de razonabilidad”,[7] un instrumento jurídico que permite a la Corte Suprema israelí revisar, aprobar o vetar cualquier ley que implique demasiada politización desde el ejecutivo o el legislativo, y que obvie la confianza y la protección ciudadanas.

Esa cláusula de anulación de la doctrina de razonabilidad persigue autorizar a la Knésset para la desaprobación de cualquier decisión judicial, solo con una votación en la que se obtenga, al menos, los votos de 61 miembros de ese órgano legislativo; lo anterior teniendo en cuenta que cualquier coalición gobernante ya cumple mínimamente con esa cantidad de parlamentarios para conformarse, lo cual indica que —con una ley de este tipo aprobada— el ejecutivo no tendría trabas para frenar las decisiones del poder judicial. De ese modo se fracturaría gravemente la tripartición de poderes, un objetivo medular de Netanyahu y su equipo para avanzar.

Lo anterior, facilitado además por un intento de modificación en el reglamento operativo del Comité de Selección Judicial, donde para elegir a un juez es necesaria una mayoría de 7 de los 9 miembros votantes, conformados por magistrados, políticos electos e integrantes del Colegio de Abogados. Igualmente, es una reforma que pretende cambiar la función de los asesores políticos judiciales,[8] convirtiéndolos en cargos políticos; los asesores políticos en Israel se encargan de supervisar que dentro de cada ministerio se cumple la ley, lo cual implica que si se transforman en cargos se inclinarían más hacia los intereses ejecutivos ministeriales que hacia el respeto neutral a la legislación.[9]

Teniendo en cuenta lo anterior, no en vano la ciudadanía se lanzó masivamente a las calles del país levantino; un malestar popular que incluyó a reservistas de las Fuerzas Armadas y que los oponentes políticos del líder del Likud —como el ex premier Yair Lapid— aprovecharon para mermar, aún más, su ya desteñido capital político. No obstante, no tuvieron que hacer mucho esfuerzo para esto, la Resistencia Islámica Palestina (Hamás) se encargaría de ello, haciendo creer a los israelíes que su primer ministro “no era capaz” de protegerles del “terrorismo”.

El 7 de octubre y la agudización de la crisis política para Netanyahu

Resulta difícil creer —en 2024— la tesis de que el Mossad o el Shin Bet fallaron en la detección y decodificación de información sensible para advertir de un inminente ataque de Hamás a Israel; en especial teniendo en cuenta los altos niveles de penetración y control que sobre la Franja de Gaza poseen estos organismos. Además, después de la revelación[10] paulatina de datos que han advertido conocimiento previo en Tel Aviv de las operaciones de entrenamiento de militantes islamistas, datos desestimados —al parecer— por decisiones políticas, en especial del jefe del Ejecutivo (Netanyahu) y su ministro de Defensa (Yoav Gallantz).

No obstante, si Netanyahu realmente estaba muy ocupado en resolver el desastre político interno desatado por la reforma judicial y “dejó correr” la posibilidad de ataque contra el país —con el fin de lograr la unidad nacional, legitimarse como “libertador” ante el “terrorismo” y mejorar su imagen pública, así como aprovechar la circunstancia de respuesta a Hamás para materializar planes de sus ministros derechistas (como la propia reforma)—, lo cierto es que desde el 7 de octubre hasta la actualidad la situación interna con respecto a su liderazgo se ha mostrado adversa.

Según encuestas realizadas en Israel, los niveles de desaprobación al político han aumentado de modo alarmante desde que ocurrieron los ataques de Hamás contra territorio israelí. Primero por la supuesta incapacidad de prever el desastre, luego por la lentitud para regresar con vida a los rehenes. Para las primeras 72 horas posteriores al estallido de la Operación Diluvio de Al Aqsa, un 56 % de los israelíes encuestados[11] consideraban que el primer ministro debía renunciar una vez logrado el alto al fuego permanente.

Por su parte, para febrero de 2024 un sondeo[12] sobre las inclinaciones políticas en la Knésset y realizado por medios israelíes arrojó resultados que favorecen al opositor Benny Gantz (Partido Unidad Nacional) con una estimación de 37 asientos parlamentarios en contraste con unos 18 en respaldo del Likud, lo cual indica que —de realizarse elecciones en el país— Gantz tendría mayores posibilidades de hacer alianzas para formar gobierno.

Estos avances sobre los posicionamientos políticos internos hacen fácilmente pensar que a Netanyahu no le conviene un alto al fuego inmediato; mientras más se prolongue la guerra en Gaza más se extiende el estado de emergencia nacional y no habría posibilidades de promover y efectuar unas elecciones anticipadas. Todo lo anterior retrasaría la rendición de cuentas del Premier ante la ciudadanía y le ayudaría a ganar tiempo para las agendas de sus ministros extremistas, con quienes tiene un pacto.

Las pugnas internas en el gabinete de guerra

Mientras, más allá de la creciente desaprobación pública a Netanyahu como Primer Ministro y, más aún, como Primer Ministro en tiempos bélicos, el político ha estado inmerso también en pugnas y disyuntivas ejecutivas con miembros del propio gabinete de guerra conformado para dar respuesta a los sucesos del 7 de octubre de 2023.

No solo ha tenido contradicciones con los miembros de ese cuerpo decisorio que son parte de la oposición —como el propio Gantz y Gadi Eizenkot (ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa Israelíes)— sino también con políticos de su propio partido y gobierno, como el Ministro de Defensa Yoav Gallantz, y hasta con el presidente de los Estados Unidos Joseph Biden, que aunque no es parte del gabinete es figura de influencia en las decisiones políticas del Estado.

Los principales problemas en ese contexto han emergido a la hora de determinar cómo operar ante la cuestión de los rehenes, la negociación con Hamás o sus mediadores, la futura administración de Gaza una vez “liberada” de la Resistencia Islámica Palestina, el rol de la Autoridad Palestina sobre la Franja, entre otros asuntos.

A pesar de que la fuerza militar —el bombardeo desproporcionado y genocida sobre el enclave— no ha servido como presión para que Hamás libere a los rehenes, Netanyahu y Gallantz han insistido en que esa resulta la principal estrategia para tener de vuelta a los prisioneros que quedan en cautiverio, aunque solamente las negociaciones logradas en noviembre de 2023 (con un breve alto al fuego) han permitido la devolución voluntaria de capturados por parte de la milicia.

El resto (unos pocos) ha sido regresado a Israel mediante operaciones militares de las Fuerzas de Defensa (FDI), para no hablar de los muertos durante el intercambio de fuego. Mientras, ambos políticos —Netanyahu y Gallantz— defienden también la idea de “tierra arrasada” sobre Gaza para “eliminar por completo” a la resistencia islámica.

Contrariamente, Benny Gantz y Gadi Eizenkot —quien perdió a un hijo en esta guerra— han insistido constantemente en que no será posible una eliminación total de Hamás, porque tiene muchos seguidores, defienden una ideología que se transmite de generación en generación y su destrucción puede derivar en la formación de otras milicias islamistas que representen un problema mayor para la seguridad de Israel. Ambos alegan, además, la necesidad de priorizar ante todo la vida de los rehenes, al precio que sea, así fuese negociando con la propia milicia, optando así por la vía de ganar tiempo para las existencias de los israelíes apresados.

Así, entre esa difícil contradicción se ha debatido la gestión del gabinete, disyuntiva que ha ido ralentizando un acuerdo de alto al fuego y ha hecho fallar, durante meses, las constantes intenciones de mediadores como Egipto y Qatar para lograrlo. Ello ha derivado en un aumento de las protestas ciudadanas en las calles de Israel, en especial de familiares de los rehenes que han comprendido que esta vez el gobierno no parece tener intenciones de arriesgar todo por el regreso con vida de sus seres queridos.

No obstante, no resulta ilógica o especulativa esa percepción de los familiares después de haber escuchado en una emisora radial[13] al colono y ministro de Finanzas Bezalel Smotrich (partido Sionismo Religioso) diciendo que Israel no puede traer de vuelta a los rehenes “a cualquier precio”.[14] Postura ratificada por el primer ministro.

Además de los conflictos del gabinete, otros ministros de extrema derecha del gobierno amenazan[15] con protesta y dimisión si Netanyahu acepta algún tipo de acuerdo con Hamás; así ha sido el caso de Itamar Ben Gvir (también colono y Ministro de Seguridad Nacional), quien ha advertido que si algo semejante ocurre la coalición en el poder dejaría de existir y, por tanto, habría que ir a elecciones. Mientras, el propio Eizenkot cree que un escenario de comicios se acerca y Yair Lapid pide que se establezca una fecha cuanto antes.

Bajo todos estos fuegos cruzados ha estado Benjamín Netanyahu, quien no parece considerar como suficiente todo lo que tiene encima al no lograr un acuerdo interno —tampoco— en relación con la futura administración de Gaza. Él ha dado a entender en ocasiones previas que en la Franja no gobernará ni Hamás, ni la Autoridad Palestina (AP); en cambio Gallantz, su Ministro de Defensa, cree que una AP fuerte en el enclave ayudaría a garantizar la seguridad del propio Estado de Israel.

Sin embargo, como no han sido pocos los tropiezos, presiones y amenazas desde que comenzó la operación Diluvio de Al Aqsa, el gabinete de guerra, con el primer ministro al frente, parece que ha ido bajando el tono de la discordia interna y se ha dispuesto a ceder en varios aspectos para lograr negociaciones con Hamás.

Al menos así se percibe al advertirse en los últimos días de febrero un posible nuevo acuerdo[16] entre ambas partes, un pacto de breve alto al fuego que —presuntamente— comprenderá un intercambio de rehenes (para calmar a las familias protestantes y ganar algo de confianza política), así como la situación de los civiles en Gaza y la reconstrucción de las zonas libres de fuego.

A modo de conclusión

Aunque Benjamín Netanyahu resulta una figura histórica de sólida experiencia y astucia dentro de la realidad política de Israel, dados sus numerosos años en el poder, la historia de su familia y su capacidad de sortear los obstáculos, no puede tenerse por seguro que su capital político será siempre invulnerable ante los descalabros y las crisis, más aún cuando estas son de confianza y ponen en juego la estabilidad y la seguridad del Estado.

Desde el año 2019 hasta la actualidad, en menor o mayor grado, no han cesado sus tropiezos en la capacidad de gestión gubernamental, de concreción de alianzas y de afianzamiento de su imagen pública, siendo testigo —como nunca antes— de un desencanto ciudadano masivo con alto costo nacional y para su carrera política.

Como es obvio, no se puede avizorar el desenlace que tendrá la nueva etapa crítica que transita, que lleva en sí todas las anteriores; aunque, al menos se puede afirmar que tras un cese al fuego permanente en Gaza le será realmente difícil a Netanyahu contar con un apoyo político masivo como el que ostentó en otros tiempos. Su legitimidad está mermada dentro de Israel, su relación con los grandes poderes (como Estados Unidos) padece de contradicciones y el mundo ha sido testigo —desde el principio— del genocidio que ha impulsado contra niños, mujeres, ancianos y hombres indefensos.

Netanyahu lleva sobre sí varios pesos: las acusaciones de corrupción, fraudes y abuso de poder, el apoyo a planes extremistas que casi llevan al país a una guerra civil por un intento de reforma judicial, la falta de voluntad real para negociar un regreso de rehenes con garantías para la integridad de sus vidas y la aprobación del bombardeo genocida sobre civiles en Gaza. Habría que ver cómo arregla su actual estancamiento, pero de seguro no le será fácil.

Referencias bibliográficas

Fuente: https://www.cipi.cu/netanyahu-y-el-dilema-politico-interno-las-crisis-antes-y-despues-de-la-actual-guerra-en-gaza/

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