Se ha producido un aumento de las acciones de grupos terroristas de las más variadas características.
Investigador del Centro de Investigaciones de Política Internacional
En las últimas décadas se ha producido un aumento de los hechos relacionados con las acciones de grupos terroristas de las más variadas características. Han sido precisamente aquellas organizaciones con un programa ideológico basado en una interpretación muy estrecha y radical del islam las que más han acaparado la atención de la comunidad internacional. Esto se debe a que sigue predominando un enfoque que relaciona al terrorismo con el islam, el cual resulta funcional a los poderes hegemónicos, puesto que, de esta manera, logran legitimar y hacer avanzar sus intereses geoestratégicos en regiones tan importantes como las del Medio Oriente y el África Subsahariana.
En particular, la zona medio-oriental ha sido la que más ha experimentado la mediatización, manipulación e instrumentalización por parte de las potencias occidentales, del terrorismo con fines políticos. En esta reconfiguración del escenario político, los grupos terroristas son utilizados de las más diversas maneras, incluso apoyando a unos contra otros. Por lo tanto, se han convertido en un tema de amplia polémica y discusión en los foros internacionales y en un factor de mediación en las relaciones entre los Estados.
Uno de los fenómenos que ha causado mayores índices de inseguridad y de inestabilidad en la región de África del Norte y el Medio Oriente ha sido la emergencia de las concepciones fundamentalistas islámicas. En su auge estuvieron implicados varios factores entre los que se encontraron la ofensiva político-militar de occidente sobre la región, el fortalecimiento de Israel como aliado de Estados Unidos y las sucesivas derrotas árabes frente a los sionistas, el agotamiento de los proyectos nacionalistas árabes y la crisis económica como resultado de la aplicación de los programas de ajustes estructurales en casi todos estos países.
La falta de respuesta ante la agudización de los problemas económicos y sociales, traducidos en la incapacidad de los gobiernos seculares en brindar una solución, provocó el auge de las posturas más conservadoras dentro del islam, que planteaban la necesidad de “rescatar” los “auténticos” valores islámicos, iniciándose un proceso de reislamización que trascendió a las sociedades árabes. Un momento crucial fue el triunfo de la Revolución Islámica de Irán, en 1979, que a pesar de haberse producido fuera del mundo árabe y sunita, impactó profundamente sobre el resto de la región. Otro centro importante de emanación de estas ideas fue Arabia Saudita, cuyo poder económico derivado del petróleo le permitió impulsar y financiar – con los llamados petrodólares – su modelo conservador del wahabismo, que también penetró en países del África Subsahariana.
La dispersión de dichas concepciones no fue homogénea. Comenzaron a surgir diferentes tendencias políticas: unas más moderadas que planteaban llegar al poder mediante los procesos eleccionarios para luego iniciar reformas religiosas dentro de las sociedades y otras más radicales que demandaban la eliminación de los gobiernos seculares. En la medida en que no les permitió participar en el juego electoral de la democracia multipartidista en boga por esos años, las tendencias más conservadoras se fueron radicalizando, aumentado sus niveles de violencia.
La presencia militar de los soviéticos en Afganistán, a partir de 1979, significó una etapa de ruptura, porque este fue el contexto en el cual los Estados Unidos y su Agencia Central de Inteligencia (CIA) comenzaron a instrumentalizar a los llamados muyahidines que representarían las tendencias más radicales dentro del islam. Este grupo armado sería posteriormente la base del régimen talibán y el núcleo formador de Al Qaeda bajo la égida de Osama Bin Laden. Luego de concluido el capítulo afgano, muchos de estos “yihadistas” regresaron a sus lugares de origen, como por ejemplo a Argelia, y trataron de impulsar su “lucha” armada que comenzó a tomar matices terroristas por los métodos violentos que aplicaban contra las poblaciones, consideradas éstas como takfir o infieles.
De esta manera, se fueron fortaleciendo por toda la región diferentes concepciones dentro de las corrientes islámicas más radicales, que por sus altos niveles de violencia indiscriminada contra la población civil musulmana se comenzaron a catalogar como terroristas. Estos grupos se fueron transformando y escindiéndose con la aparición de nuevos líderes. Así comenzó a percibirse desde occidente la “amenaza islámica” y a construirse el concepto de “terrorismo islámico”. Este término fue creado de forma intencional y empezó a ser manipulado por las potencias occidentales para desestabilizar gobiernos no proclives o no subordinados a las políticas e intereses de Washington, sus aliados europeos y regionales. Este fenómeno del “terrorismo de base islámica radical” va más allá del concepto musulmán de la yihad islámica – auténtico método de lucha interna y de concientización religiosa para enfrentarse al agresor externo como por ejemplo la yihad palestina. También ese tipo de terrorismo “islámico” en la práctica no representan el islam, simplemente lo viola de manera constante.
Fue así que, a raíz de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, los Estados Unidos y sus aliados justificarían las guerras impuestas primero a Afganistán (2001) y luego contra Iraq (en 2003, donde utilizaron como pretexto la supuesta existencia de las armas químicas) o la intervención en otros países para la consecución de sus intereses geoestratégicos en una subregión suministradora por excelencia de hidrocarburos y ubicada geográficamente en una de las principales rutas comerciales marítimas. Esto además estaba relacionado con el propósito de frenar la expansión China en el mundo, así como continuar presionando sobre las tradicionales áreas de influencia de Rusia en el Medio Oriente.
En el caso de los países subsaharianos estos grupos terroristas son percibidos como una amenaza externa, exportados hacia sus regiones, por promulgar concepciones religiosas que no tienen nada que ver con las prácticas musulmanas sincréticas y moderadas que profesan los diferentes pueblos africanos islámicos. Contrario a lo que se quiere presentar, el terrorismo no es un método utilizado únicamente por estos “musulmanes radicales”, ni el islam es una religión proclive a la violencia indiscriminada. Por lo tanto, se debe tener en cuenta que islamismo no es igual a terrorismo como divulga la propaganda occidental. Todos los terroristas nos son islamistas y todos los islamistas (1) no son tampoco terroristas.
Debido a la fuerte manipulación a la que están sometidos, todo movimiento político-militar que surja en la región, es clasificado casi de manera automática, como terrorista. En este sentido, se trata de deslegitimar a organizaciones con un carácter nacionalista o islamista conservador que no respondan a los intereses de potencias extrarregionales o regionales y que a veces se presentan como organizaciones contestatarias a los gobiernos locales.
Cruzadas mediáticas, inclusiones en listas acusatorias y acciones bélicas dirigidas a perseguir bajo el señalamiento de “terroristas” se utilizan sistemáticamente contra varias organizaciones islámicas enemigas de EE.UU, entre las que se destacan, Hezbollá (2), Hamas (3), Al Fatah (4) y la Hermandad Musulmana (5), caracterizadas por sus luchas populares y sociales de enfrentamiento al terrorismo de Estado aplicado por el régimen sionista de Israel contra los palestinos. Por estas razones, es necesario dejar establecido que los grupos Al Fatah, Hamas, Hermandad Musulmana y Hezbollah, no son organizaciones terroristas teniendo en cuenta sus características, programas y evolución histórica.
El profesor Dr. Reinaldo Sánchez Porro plantea que “en las luchas políticas antirepresivas hay una diferencia entre los actos y las operaciones subversivas contra la estructura toda de un poder y el recurso a la violencia indiscriminada. Es condenable todo acto criminal que ponga en peligro o lleve a la muerte a personas inocentes ajenas al conflicto en cuestión, como modo conscientemente admitido de presión sobre las autoridades gubernamentales (…) esto es terrorismo y no admite justificación de ningún tipo”(6) . Estas palabras ofrecen claridad en la diferenciación entre lo que es terrorismo y lo que es lucha contra la dominación.
Sin embargo, a nivel de la comunidad internacional no existe tal claridad, debido al prisma con el cual se analice el fenómeno. De esta situación se deriva la complejidad de establecer una definición sobre terrorismo, por la falta de consenso y dependiendo de quién sea el que lo esté valorando. Dicha problemática también ha servido para aumentar el grado de conflictividad en las relaciones internacionales y al mismo tiempo la militarización de las mismas, debido al incremento de los presupuestos militares para “enfrentar” las acciones de grupos hostiles a los intereses de los países capitalistas desarrollados y sus aliados regionales.
Por estas razones, se han adoptado diferentes iniciativas institucionales en el marco de la ONU. Una de ellas fue la creación del Comité contra el Terrorismo, basándose en lo dispuesto en las resoluciones 1373 (2001) y 1624 (2005) del Consejo de Seguridad. Su objetivo era fortalecer las capacidades de los Estados miembros para combatir las actividades terroristas dentro de sus fronteras y en todas las regiones. El Comité contra el Terrorismo y su Dirección Ejecutiva tenían la responsabilidad de vigilar la aplicación de dichas resoluciones del Consejo de Seguridad (7). Posteriormente, el Secretario General de la ONU estableció, en 2005, el Equipo Especial para la Lucha contra el Terrorismo y, el 8 de septiembre de 2006, la Asamblea General aprobó la Estrategia Mundial contra el Terrorismo. Se trataba de la primera vez en que los Estados acordaban un marco global para enfrentar este flagelo.
Bajo los auspicios de las Naciones Unidas y de otras organizaciones intergubernamentales se han elaborado y aprobado 16 instrumentos jurídicos universales, a saber, 11 convenios, 4 protocolos y una enmienda. La mayoría de estos instrumentos (8) están en vigor y constituyen el marco jurídico para la adopción de medidas multilaterales antiterroristas, así como la tipificación como delito de actos de terrorismo específicos, entre los que figuran el desvío de aviones, la toma de rehenes, los atentados cometidos con bombas y su financiación (9).
En este contexto, las potencias occidentales comenzaron a catalogar a determinados países como “patrocinadores” del terrorismo para justificar acciones de presión internacional e intervenir en los asuntos internos de aquellos gobiernos que no tuviesen la capacidad de hacer frente a dichos grupos y lograr así determinados objetivos, como los cambios de gobierno, por ejemplo, en Iraq, Afganistán y Libia. De igual forma, elaboraron listas de organizaciones clasificadas por ellos como terroristas, dando origen a un fuerte debate entre académicos y políticos en torno a cómo definir qué es terrorismo.
Para la profesora cubana Elsie Plain Rad Cliff el terrorismo es la aplicación de la violencia indiscriminada que puede extenderse a la totalidad de la población y toma en la mayoría de los casos a los civiles como blanco de sus ataques. Sus acciones son imprevisibles debido a la sorpresa con que siempre actúan, lo que contribuye a infundir el terror; produce un sufrimiento innecesario al golpear las áreas más vulnerables de la sociedad; emplea rehenes y escudos humanos para lograr lo que se proponen. Entre los métodos más utilizados están el empleo de la violencia física indiscriminada contra civiles, mediante la tortura, el secuestro, la ejecución extrajudicial o la desaparición. En el orden táctico pueden adoptar un esquema basado en la realización de atentados con explosivos u otros medios incendiarios para la destrucción de bienes privados y públicos. Un terrorista es un individuo que actúa contra civiles usando métodos ilegales para conseguir un fin político (10). Todo lo anterior ha complicado evidentemente el cumplimiento de las 19 convenciones contra el terrorismo y las resoluciones del Consejo de Seguridad, con la excepción de las resoluciones 1269 (1999) y 1566 (2004) donde se indica que, sea cual sea su motivación, ningún acto de terrorismo es justificable.
Por su parte, la Unión Africana y sus organismos subregionales no se quedaron rezagados, más bien, fueron pioneros en la implementación de los mecanismos legales para el combate al terrorismo. A un año de los atentados a las embajadas de EE.UU en Nairobi (Kenya) y Dar el Salaam (Tanzania) en África Oriental, en 1998, la entonces Organización para la Unidad Africana (OUA), había adoptado, en su 35 Cumbre, celebrada en Argel, en julio de 1999, la Convención sobre la Prevención y el Combate al Terrorismo. Este documento fue un hito, por ser el primer instrumento legislativo confeccionado para su enfrentamiento.
Los siguientes pasos que evidenciaban el compromiso africano en la lucha contra el terrorismo se expresaron en la Cumbre de Dakar (Senegal) en octubre de 2001, en la cual se adoptó la Declaración de Dakar contra el terrorismo. En 2002, la recién creada UA había adoptado el Plan de Acción sobre la Prevención y Combate contra el Terrorismo, en una Cumbre Intergubernamental de alto nivel desarrollada en Argelia en septiembre de ese año. A la Convención de 1999, le siguió el Protocolo de la OUA para la prevención y el combate al terrorismo, adoptada en 2004 (11). Todos constituyen el marco legal en el cual actúan los diferentes mecanismos de seguridad en el continente, entre ellos el Consejo de Paz y Seguridad de la propia UA.
Con la implementación del Consejo de Paz y Seguridad de la UA (12), como órgano rector de los temas sobre los conflictos, se fortaleció el aparato institucional en la lucha contra el terrorismo. Un paso importante fue la creación del African Centre for the Study and Research on Terrorism (ACSRT) (13) cuya oficina central está en Argel. Este centro es una consulta obligada para el tema en el caso africano. También entre los centros de investigación africanos que da seguimiento a los temas relacionados con el terrorismo en el continente, se encuentra el Institute of Security Studies (ISS) cuya oficina central radica en Pretoria, Sudáfrica y tiene oficinas regionales en Nairobi, Kenia; Addis Abeba, Etiopia; y en Dakar, Senegal (14).
Luego de haber expuesto el contexto internacional en el cual se comenzó a debatir en torno al terrorismo, los diferentes criterios que existen al respecto, la manipulación a la que es sometido por parte de los países imperialistas y habiendo hecho la distinción entre terrorismo y fundamentalismo islámico, así como entre terrorismo y movimientos de liberación nacional, se impone la adopción de un criterio sobre cómo se entenderá el terrorismo en este trabajo. Para tales efectos se decidió subscribir el concepto defendido por la OUA/UA en la citada Convención sobre la Prevención y el Combate al Terrorismo de 1999, cuyos aportes principales fueron en primer lugar, una definición amplia del terrorismo sin el calificativo de islámico y, en segundo lugar, la diferenciación entre actos terroristas y las acciones desarrolladas por grupos de personas en su lucha por la autodeterminación (15).
Aquí se estableció como terrorismo: “cualquier acto que (…) pueda hacer peligrar la vida o la integridad física y causar heridas serias o la muerte, de cualquier persona o grupo de personas. Se define también como cualquier acto que pueda dañar la propiedad privada o pública, los recursos naturales, el patrimonio cultural y que tengan premeditadamente la intensión de intimidar, sembrar el miedo, presionar a un gobierno y afectar los servicios públicos” (16).
Una definición exacta que caracteriza el accionar de los grupos que operan en África, es la ofrecida por el profesor español Fernando Reinares en su concepto sobre el terrorismo de carácter transnacional. Reinares plantea que el terrorismo transnacional: “es aquel que de una u otra manera atraviesa fronteras estatales, básicamente porque quienes lo ejecutan mantienen estructuras organizativas o desarrollan actividades violentas en más de un país, incluyendo por lo común territorios sobre los cuales no tienen jurisdicción alguna las autoridades (…) Esto significa que los actos de violencia involucran a más de un país y con frecuencia a individuos de dos o más nacionalidades, tanto en lo que se refiere a los terroristas como a sus víctimas.” (17)
Para el caso de los países africanos al sur del Sahara, este fenómeno comenzó de manera más visible en las últimas dos décadas. Las regiones del Cuerno africano y del Sahel, que incluye territorios del África Occidental y Central, han pasado a ser áreas de atención y ejes centrales de la llamada lucha contra el terrorismo en el continente. Una división por subregiones no siempre se corresponde con la lógica de funcionamiento de estos grupos puesto que debido a su carácter transnacional pueden operar indistintamente en una u otra área. En este caso estaría por ejemplo el grupo Al-Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) cuya base central radica en Argelia, pero sus áreas de operaciones principales se encuentran diseminadas por toda la línea del Sahara-Sahel. El accionar de dichas organizaciones se ha concentrado contra las instituciones gubernamentales del área, contra las poblaciones locales y los intereses foráneos, fundamentalmente europeos: actividades de sabotaje a las propiedades de empresas transnacionales y secuestros de turistas europeos.
En el caso de África las organizaciones más fuertes han sido Al-Shabaab (en el Cuerno Africano (particularmente en Somalia y activo desde 2006); Al-Qaeda del Magreb Islámico y sus grupos afiliados (AQMI, activo desde 2007) y Boko Haram (norte de Nigeria y zona en torno al Lago Chad, activo desde el 2009). También existen otros grupos que se han reconfigurando como el Movimiento para la Unicidad de la Yihad en el África Occidental (MUYAO desde 2012) en el Sahel occidental y otros vinculados al Estado Islámico, como una de las escisiones producidas dentro del propio Boko Haram. También existen más de una decena de otros grupos y células terroristas operando por estas zonas, muchas de las cuales no tienen siquiera una filiación oficial clara.
Para analizar estos grupos se debe tener en cuenta el contexto socioeconómico y político en el cual surgieron y se desarrollaron, su capacidad de “liderazgo”, su estrategia de lucha o programa, sus métodos y tácticas terroristas. De igual forma, habría que incluir las formas de financiamiento de ellos, tanto sus fuentes internas como externas, sus acciones militares o de otro tipo, el apoyo que reciben de determinados sectores sociales (nivel de aceptación popular) y el nivel de relaciones con otros grupos. No se pueden dejar fuera de cualquier estudio de este tipo, las consecuencias económicas y sociales de sus acciones, su repercusión en el orden político interno y regional.
En el auge de estos grupos no se puedo soslayar las implicaciones de las políticas y las acciones desarrolladas por un conjunto de actores regionales e internacionales en su relación con el grupo en cuestión. En este sentido, destacan las posturas asumidas por los Estados Unidos, Francia, la Unión Europea y la ONU, así como otros gobiernos nacionales y regionales afectados directamente por el terrorismo. Las posturas de estos actores no han contribuido a su eliminación, puesto que sigue primado el enfoque miliar para el abordaje de este problema. De igual manera, las posturas asumidas por los organismos subregionales africanos como: la Unión Africana (UA), la Comunidad Económica de Estados del África Occidental (CEDEAO), el Grupo del G5 del Sahel (G5S) y la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD) han sido poco efectivos en lidiar con la expansión que han tenido en los últimos años.
El desarrollo de los grupos terroristas en el África Subsahariana ha sido un fenómeno de reciente data y solo se ha extendido en la zona Sahelo-sahariana y en el África Oriental. En estas regiones han resultado ser los países más afectados: Mali, Níger, Nigeria, Chad, Camerún, Somalia y Kenia. En el resto de los países de estas áreas los ataques han sido mucho más esporádicos, como los ocurridos en Burkina Faso, en Costa de Marfil y en Uganda, aunque en Burkina Faso se ha producido un crecimiento vertiginoso del terrorismo en las zonas rurales del norte del país. Sus operaciones en el África Subsahariana son cada vez más transnacionalizadas y existe una marcada preocupación en la región por los niveles de intercambio que puedan existir entre algunas de estas organizaciones, sobre todo en su vínculo con las redes de traficantes. Ha habido una tendencia hacia una mayor interconexión entre dichos grupos. Una situación parecida ha experimentado el África Oriental con las acciones de la organización somalí Al Shabaab vinculada a Al Qaeda.
El factor de la pobreza extrema relacionado con las hambrunas, así como los desplazamientos forzados de grupos poblacionales han servido como elementos propiciadores de la expansión de las labores de reclutamiento por parte de estos grupos, que legitiman su discurso con la promesa de mejoras bajo un gobierno “realmente islámico”. Los problemas de inseguridad interna y desestabilización política se han convertido en una amenaza para los Estados sahelianos afectados.
De lo anterior se deriva el aumento de la presencia de actores internacionales como los Estados Unidos y la Unión Europea, específicamente de Francia. En el caso de Estados Unidos su implicación en la lucha contra el terrorismo se ha centrado en aumentar la cooperación desde el punto de vista militar con los ejércitos locales, evidenciado en las maniobras y entrenamientos realizados. Mientras, Francia ha recibido fuertes críticas por su rol en la supuesta “lucha contra el terrorismo” en el Sahel, que desde el lanzamiento de la Operación Barkhane, no han tendido resultados reales, lo que les ha planteado posible retirada de sus efectivos del Sahel, tema este que no va a ocurrir, por los intereses galos en esa región. De esta forma, el escenario saheliano ha pasado a estar en el centro de atención de las potencias occidentales que buscan a través del enfrentamiento al terrorismo, siempre en aquellos lugares donde se vean afectados sus intereses, hacer consolidar su presencia o aumentarla donde esta no sea suficiente y peor aún, lograr su legitimación en el área.
Este proceso ha sido determinante en el nuevo contexto de las relaciones internacionales marcado por las contradicciones entre Estados Unidos y Rusia en el marco de la guerra en Siria, donde los grupos terroristas fueron instrumentalizados por parte de Washington para desestabilizar a ese país. En el caso del África Subsahariana este fenómeno no ha supuesto contradicciones entre las principales potencias, más bien ha evidenciado la forma en la que se manipulan y utilizan estos grupos en la región de Medio Oriente, mientras que en el África Subsahariana se pretende “luchar” contra la misma problemática.
Un aspecto característico de estos grupos es su carácter transnacional e híbrido, puesto que no solo se concentran en lograr sus “reivindicaciones” políticas, religiosas y sociales sino también se vinculan con las amplias redes del tráfico transfronterizo, logrando incluso llegar a controlar algunas de éstas. En la mayoría de los casos se ha producido una disminución del apoyo social del cual disfrutaban dentro de algunos sectores de las poblaciones locales. Los ejemplos más evidentes se pueden constatar en Boko Haram y Al Shabaab. Este retroceso en la “legitimidad” de estos grupos se ha debido al rechazo social por la violencia desatada y el empeoramiento de la adversa situación económica.
La respuesta de los gobiernos más afectados ha sido positiva en cuanto al enfrentamiento a los grupos – al menos en el discurso político – pero carecen de los medios militares para lograr una solución a la problemática. Esto los ha llevado a aumentar los vínculos con las potencias occidentales en cuanto al suministro financiero y logístico para hacer frente a las acciones militares de carácter terrorista. Los niveles de inseguridad a lo interno de todos estos países siguen siendo altos a pesar de que se han logrado reducir las áreas de operaciones militares de dichos grupos y el número de sus efectivos. Desafortunadamente, sigue privando el enfoque militar – auspiciado por las potencias occidentales – como la única solución a este flagelo. Los programas socio-económicos implementados para lograr frenar el proceso de radicalización de las poblaciones más vulnerables no han sido suficientes ni efectivos.
La lucha contra el terrorismo sigue estando en la agenda de las organizaciones subregionales africanas que ha posibilitado mayores niveles de coordinación entre los diferentes gobiernos en aras de establecer un frente común contra la proliferación de estos grupos. El ejemplo más significativo ha sido el despliegue militar multinacional de la CEDEAO, primero contra los grupos terroristas en el norte de Mali y luego contra Boko Haram en torno al Lago Chad. Prácticamente no existe una oposición a la presencia militar extranjera – tanto francesa como estadounidense – en el área, ni contra su política de “asistencia” militar, debido a que no existe otra estrategia para combatirlos que no sea la militar.
A pesar de que los grupos terroristas hayan retrocedido tendencialmente – reducción del número y efectividad de sus ataques, así como de las áreas bajo su control directo – las condiciones económicas y sociales que potencian el desarrollo de este fenómeno, persisten. Esto significa que su impronta se mantendrá. Aunque algunos se hayan fragmentado o desplazado por diferentes territorios, haciéndose más fuerte en uno u otro lugar, su presencia sigue siendo un reto para la seguridad y la estabilidad de los países subsaharianos inmediatos a las áreas donde estos grupos han operado. En particular, la zona del Sahel sigue siendo la más afectada por el terrorismo sin que se vislumbre una mejoría en la situación de seguridad de la región.
Referencias bibliográficas
(1) Es necesario que el concepto de islamista no se confunda con el de islámico puesto que islámico o musulmán es toda persona que siga las revelaciones de Mahoma producidas en el siglo VII, mientras que los islamistas: son aquellos musulmanes que quieren establecer un Estado islámico regido por la Sharía en su pretendida versión inicial, deseando que los principios establecidos en el Corán y la Sunna sean cumplidos cabalmente por todos los practicantes de la fe. “A través de la reafirmación cultural y religiosa islámica proponen un modelo político y social basado en los principios del islam original (…). Estos grupos deslegitiman a los poderes establecidos culpándolos del fracaso económico, social y político de sus regímenes a causa de su alejamiento del modelo islámico”. Ver: Gema Martín Muñoz, Begoña Valle Simón y Ma. Ángeles López. El islam y el mundo árabe. Ediciones Mundo Árabe e Islam, Madrid, 1996, pp. 339 – 340.
(2) Hezbollá es una organización política, religiosa, social, militar y patriótica chiita, que se opone al Estado de Israel. Fue creada en el seno de la comunidad chiita libanesa. Tuvo un desarrollo acelerado tras la invasión del territorio libanés por Israel en 1982. En julio de 2006, Israel volvió a invadir la parte sur del país, ocasión en la que Hezbollá lo derrotó y tuvieron que retirarse.
(3) Organización palestina creada en 1987 que se define como Movimiento de Resistencia Islámica (rama palestina de la Hermandad Musulmana). Su principal objetivo es la recuperación de los territorios ocupados por el Estado de Israel y el establecimiento de una nación liberada en los espacios históricos originales, incluidos la Franja de Gaza y Cisjordania con la capital en Jerusalén. Desde el 2006 mantiene el control en la Franja de Gaza luego de haber ganado las elecciones a su rival Al Fatah.
(4) Es el principal movimiento político militar que integra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), fue el primer grupo organizado de resistencia palestina creado en la clandestinidad por Yasser Arafat en octubre de 1959. Actualmente la OLP es una organización política encabezada por el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas.
(5) La organización político-religiosa de los Hermanos Musulmanes (HHMM) fue creada en Egipto en 1928 por Hasan Al-Banna. Con su programa islámico conservador se opuso al gobierno de Nasser y estuvieron proscriptos en el país sin que pudieran presentarse en las elecciones como partido político. A raíz de la caída de Mubarak en 2011, su candidato – Mohammed Mursi – ganó las elecciones presidenciales. Su ascenso al poder siguió generando tensiones hacia el interior de la sociedad egipcia que culminaron con un golpe de Estado dirigido por el general Al Sisi. Aunque la organización islamista está considerada como no partidaria de la violencia, comenzó a ser perseguida por este gobierno bajo la acusación de terrorista.
(6) Reinaldo Sánchez Porro. “Prologo”. En: Edna Iturralde. Cuando callaron las armas. Edición Gente Nueva, La Habana, julio de 2012, p. 9 – 10.
(7) Consejo de Seguridad. Comité contra el Terrorismo. Disponible en: http://www.un.org/es/sc/ctc/
(8) Estos instrumentos se complementan con las siguientes resoluciones de la Asamblea General: (A/RES/49/60, A/RES/51/210 y A/RES/60/288) y del Consejo de Seguridad: S/RES/1267 (1999), S/RES/1373 (2001), S/RES/1540 (2004), S/RES/1566 (2004) y S/RES/1624 (2005). Ver: Acciones de las Naciones Unidas contra el terrorismo. Disponible en: http://www.un.org/spanish/terrorism/strategy-implementation.shtml
(9) En virtud del régimen de sanciones contra Al Qaeda y los talibanes, el Consejo de Seguridad exigía que todos los Estados impusieran sanciones a las personas y las entidades incluidas en la lista de colaboradores de Al Qaeda y los talibanes, dondequiera que se encontrasen. En abril de 2007, el Consejo de Seguridad había incluido en esa lista a 362 personas y 125 entidades. Debido a las sanciones adoptadas, 34 Estados habían congelado los activos financieros de quienes figuraban en la lista por una suma de más de 90 millones de dólares estadounidenses. Ver: Ídem.
(10) Elsie Plain Rad Cliff. “El terrorismo internacional y sus diversas interpretaciones. Una aproximación al tema desde un enfoque tercermundista”. En: Thalia Fung. El mundo contemporáneo en crisis. Editorial Félix Varela, La Habana, 2011, p. 101 – 115.
(11) Protocol of the OAU Convention on the prevention and combating terrorism. Adopted by the Third Ordinary Session of the Assembly of the African Union, Addis Ababa, 8 de julio de 2004, p. 2. Disponible en: https://au.int/sites/default/treaties/treaty_protocol_oau_convention_prevention_combating_of_terrorism_e.pdf
(12) Consejo de Paz y Seguridad de la UA. Disponible en: http://www.peaceau.org/en
(13) African Centre for the Study and Research on Terrorism. Disponible en: http://www.caert.org.dz/
(14) Institute of Security Studies. Disponible en: https://www.issafrica.org/topics/counter-terrorism
(15) En este caso estarían los saharauis, a quienes Marruecos acusa de estar vinculados con las redes de AQMI y al Frente Polisario como una organización terrorista para deslegitimar su lucha por la independencia del Sahara Occidental.
(16) OAU Convention on the prevention and combating terrorism. Cumbre de Argel, julio de 1999, p. 3 y 4. Disponible en: https://au.int/sites/treies/treaty_oau_convention_on_prevention_and_combating_of_terrorism.pdf
(17) Fernando Reinares. “El terrorismo internacional”. En: Panorama Estratégico 2004-2005. Ministerio de Defensa, junio de 2005. Instituto de Estudios Estratégicos Real Instituto El Cano, p. 48.
*Texto publicado originalmente en: https://nuevarevolucion.es/aproximaciones-a-la-construccion-del-terrorismo-islamico-su-presencia-en-africa/
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