Nuestro análisis se enfocará de manera particular en lo que denominamos la «lógica» desde Washington. Este concepto refleja las concepciones e interpretaciones que prevalecen en los formuladores de política en Estados Unidos cuando se involucran en el proceso de conformación de la política hacia Cuba
Profesor e Investigador del CEHSEU
La política del gobierno de Biden hacia Cuba constituye un tema de actualidad que podría analizarse desde múltiples aristas y lógicas. Con este artículo, pretendemos iniciar una serie de reflexiones sobre los factores y actores que han determinado el comportamiento de la proyección política del ejecutivo estadounidense hacia la nación cubana durante el 2021 y 2022.
Nuestro análisis se enfocará de manera particular en lo que denominamos la «lógica» desde Washington. Este concepto refleja las concepciones e interpretaciones que prevalecen en los formuladores de política en Estados Unidos cuando se involucran en el proceso de conformación de la política hacia Cuba. Este primer texto, se centrará en delinear los fundamentos estratégicos de la proyección hacia la Isla y en la etapa que comprende desde la campaña presidencial hasta la toma de posesión de Biden el 20 de enero de 2021.
El punto de partida imprescindible en cualquier evaluación de la política de los diferentes gobiernos estadounidenses hacia Cuba, debe ser la delimitación del marco estratégico en que se desarrolla. Por lo tanto, la política de Biden debe ser explicada e interpretada teniendo en cuenta este contexto general que está determinado por, al menos, seis variables fundamentales:
1) Existencia de un conflicto histórico que se expresa en la dicotomía soberanía vs dominación. Constituye la esencia de las relaciones entre ambos gobiernos en las que ha prevalecido la confrontación y hostilidad promovida por la parte estadounidense.
2) Política inalterable de los gobiernos estadounidenses orientada a cambiar el sistema económico, político y social cubano. Este ha sido el objetivo estratégico invariable a alcanzar como parte de la política de Estado hacia Cuba. Las diferencias entre los gobiernos de turno se han circunscrito a determinados ajustes en prioridades y métodos, siendo la etapa de Obama la más ilustrativa.
3) Profundas diferencias en las relaciones gobierno – gobierno que se reflejan en aspectos que van desde la concepción del modelo económico, político e ideológico hasta la política exterior. Estas divergencias se expresan como contradicciones que son antagónicas e irreconciliables que, aunque pueden ser objeto de diálogo, no son posibles solucionarlas y constituyen una fuente permanente de tensión bilateral.
4) Acentuadas asimetrías en el poderío nacional que se expresan principalmente en las dimensiones económica, tecnológica, militar y en materia de política internacional. La brecha estratégica entre Estados Unidos y Cuba en estas áreas, le confiere a Washington en su condición de superpotencia determinadas capacidades para imponer un sistema de medidas unilaterales y presiones, con cierta efectividad, que tiene un alcance global.
5) Intereses mutuos entre ambos pueblos. La proximidad geográfica que nos hace vecinos compartiendo una extensa frontera marítima y la larga historia de vínculos de diferente índole que hemos desarrollado desde hace más de dos siglos, ha generado una intensa red de interrelaciones familiares, culturales, económicas, científicas, académicas, medioambientales, deportivas, etc.
6) Amenazas transnacionales compartidas en su expresión bilateral, regional y global. Ambos países tienen que lidiar con flagelos como el narcotráfico, el terrorismo, el tráfico y la trata de personas y otras modalidades del crimen transnacional. También inciden en las dos naciones eventos como desastres naturales y más recientemente pandemias. Por lo tanto, resulta necesario que se establezcan determinados mecanismos de cooperación bilateral para la prevención y enfrentamiento de estos hechos que inciden en su seguridad nacional.
Este marco estratégico en el que tiene lugar la política de cualquier gobierno estadounidense hacia Cuba, nos permite afirmar que la proyección desde Washington siempre transcurre bajo ciertos límites. Partiendo de estas premisas, debemos plantearnos la siguiente interrogante: ¿Cuáles son los factores que han incidido en el diseño e implementación de la política del gobierno de Biden hacia Cuba?
Antes de responder la pregunta, es imprescindible aclarar que el «enfoque de política» del actual gobierno estadounidense, que es una continuidad de la administración Trump, es un proceso que comienza desde antes de la toma de posesión el 20 enero del 2021. A partir del momento en que Biden es declarado presidente electo, se inicia con intencionalidad el establecimiento de los criterios que orientarán la política hacia Cuba en su etapa inicial o de arrancada. Posteriormente, en correspondencia con la evolución de los factores se producen los necesarios reajustes y acomodos.
Desde nuestro punto de vista, tomando como referencia la lógica de Washington, hay siete factores principales que han determinado tradicionalmente el contenido y alcance de la política:
1) Percepción del gobierno estadounidense sobre la evolución de la situación interna en Cuba en sus dimensiones económica, social, política e ideológica.
2) Visión estratégica del gobierno estadounidense sobre el papel de Cuba en el cumplimiento de sus intereses y prioridades nacionales.
3) Posición hacia Cuba del Presidente, altos funcionarios y burocracia gubernamental.
4) Capacidad de influencia de los legisladores cubanoamericanos y la extrema derecha anticubana.
5) Papel de los sectores estadounidenses interesados en el mejoramiento de las relaciones, especialmente, el sector de negocios.
6) Evolución de las tendencias sociodemográficas y políticas en la comunidad cubana del sur de la Florida.
7) Correlación de fuerzas en América Latina y el entorno internacional.
Desde Washington, existe una valoración y diferentes interpretaciones sobre cada uno de estos factores, lo que está determinado por los actores que participan en este complejo proceso y su posicionamiento.
En el contexto de la campaña electoral, el equipo de Biden centró su narrativa hacia Cuba en cuatro ejes fundamentales: 1) revertir rápidamente las políticas fallidas de Trump; 2) los estadounidenses, especialmente, los cubanoamericanos, son los mejores embajadores de la «libertad» en Cuba; 3) empoderar al pueblo cubano y 4) los derechos humanos serán una pieza central en las relaciones.
Esta retórica reflejaba las llamadas «promesas de campaña» de Biden con relación a Cuba. Muchos observadores y analistas, interpretaron que estos pronunciamientos eran el preámbulo de una política que se orientaría a: desmantelar los elementos más hostiles y confrontacionales de la política de Trump; recomposición de las relaciones entre ambos gobiernos que permitiría comenzar una etapa similar a la de Obama; restablecer los viajes de estadounidenses; permitir que las líneas aéreas pudieran viajar al resto de los aeropuertos del país y retomar el mecanismo oficial para el envío de remesas.
Durante esta etapa y, en particular, después que Biden se impuso en las elecciones presidenciales, se generó una gran expectativa y entusiasmo en el sentido que era prácticamente inevitable que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos no experimentaran una mejoría significativa. No obstante, a partir de ese propio momento comenzaron a manifestarse un grupo de eventos y acontecimientos que influyeron en la posición de arrancada del nuevo equipo de gobierno.
Entre noviembre del 2020 y el 19 de enero del 2021, se inició la etapa conocida como la «transición presidencial». En este período, ocurrieron o se profundizaron varios procesos vinculados al tema Cuba. Entre los principales, destacan los siguientes:
– Los sectores de la extrema derecha cubanoamericana comenzaron a librar una ofensiva orientada a deteriorar al máximo las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Los legisladores anticubanos consideraban que Biden como presidente sería la principal amenaza a su objetivo de mantener la continuidad de la política de Trump.
– El gobierno de Donald Trump promovió un grupo de acciones dirigidas a recrudecer la política hacia Cuba, lo que se expresó con mayor notoriedad en la reincorporación de Cuba a la lista de países patrocinadores del terrorismo.
– Se tornaba más compleja la situación socioeconómica en Cuba como resultado de la combinación de los efectos acumulados de las medidas de Trump y las implicaciones de la pandemia.
– Los resultados del voto cubanoamericano evidenciaron la consolidación de posiciones anticubanas y el apoyo en varios segmentos a la política confrontacional de Trump. La campaña presidencial republicana fue muy efectiva construyendo y potenciando un ambiente profundamente anticubano en el Sur de la Florida. Las tendencias políticas que prevalecieron en esa comunidad, fueron interpretadas por los demócratas como un escenario que debían tener en cuenta en sus objetivos político electorales de cara a los ciclos del 2022 y 2024.
– Se promovieron provocaciones hacia lo interno de Cuba con el propósito de construir y proyectar un escenario desestabilizador. Los sucesos del 27N, las acciones del denominado Movimiento San Isidro y las campañas que se articularon en torno a estos eventos tenían esa finalidad.
La concurrencia simultánea de estos procesos, configuró un ambiente complejo en las relaciones bilaterales que tuvo una influencia determinante en la posición inicial que adoptó el gobierno de Biden hacia Cuba, lo que se reflejó con claridad en una actitud inamovible con respecto a la política de Trump y en tres fases de algunos voceros de su Administración:«Cuba no es prioridad», «Biden no es Obama» y «Consultaremos a los cubanoamericanos y miembros del Congreso».
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