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Tema: Relaciones Cuba-Estados Unidos

¿Por qué Cuba ahora?

El propósito declarado de Estados Unidos es incentivar la oposición en Cuba, mediante el desarrollo de una clase capitalista, que de manera inexorable se planteará el cambio de régimen en el país.

Jesús Arboleya Cervera. Profesor del CEDEM. Universidad de La Habana.

El gobierno de Estados Unidos acaba de dar a conocer un grupo de medidas encaminadas, según sus propias palabras, a facilitar el desarrollo de los negocios privados en Cuba. Consiste en autorizar el acceso de los empresarios privados cubanos a servicios de Internet y operaciones bancarias, disponibles en todo el mundo, pero prohibidas en el caso de Cuba, debido al bloqueo económico norteamericano.

El gobierno cubano reaccionó diciendo que son decisiones “limitadas y no tocan el cuerpo fundamental del bloqueo contra Cuba y las sanciones adicionales que conforman la política de máxima presión” hacia el país. No obstante, advirtió que, mientras no violen la ley, no crearía obstáculos a su implementación, aunque solo beneficien a una parte de la población.

El propósito declarado de Estados Unidos es incentivar la oposición en Cuba, mediante el desarrollo de una clase capitalista, que de manera inexorable se planteará el cambio de régimen en el país. Llama la atención, que los gobernantes norteamericanos adopten una estrategia que está basada en una interpretación adulterada, determinista y primitiva de la teoría marxista sobre la lucha de clases. Es como suponer que basta su condición de clase, para que todos los obreros sean revolucionarios.

Las nuevas medidas se suman al sorpresivo anuncio de eliminar a Cuba de la caprichosa “lista de países que no colaboran en la lucha contra el terrorismo”, que no es lo mismo que la “lista de países promotores del terrorismo”, impuesta por Donald Trump en los últimos días de su mandato, verdadero impedimento para el comercio, las finanzas y las  inversiones del país.

En ambos casos, se trata de medidas que forman parte de lo que pudiera ser considerada la filosofía que inspiró la política de Obama hacia Cuba, dígase “alcanzar los mismos objetivos por otros métodos”, que Biden prometió restablecer durante su campaña electoral en 2020, en contraposición con el objetivo de “tierra arrasada”, implantado por Trump, bajo el auspicio de la extrema derecha cubanoamericana. Sin embargo, tanto por consideraciones de política interna, como por un cálculo oportunista de la situación cubana, las cosas no transcurrieron de esa manera.

Biden asumió la presidencia cuando la economía cubana tocaba fondo, en medio de uno de los peores momentos de la pandemia,  impedido el acceso a sus principales ingresos, bajo un bloqueo extremo y escasa ayuda internacional. Solo el desarrollo de vacunas propias y el despliegue a tope del sistema universal de salud establecido en el país, impidió un desastre humanitario de enormes proporciones.

Fue un éxito del gobierno cubano, aunque a costa de agotar los recursos de la nación, lo que unido a errores e insuficiencias de la gestión económica en otros campos, agudizó las tensiones sociales, hasta el punto de la erupción de inusuales protestas en diversas localidades del país, en julio de 2021.

No hubo un solo gesto solidario hacia Cuba por parte de la nueva administración, al contrario, continuaron impidiendo el acceso a medicamentos e insumos indispensables para enfrentar la pandemia, así como aprovecharon la crisis para alentar el caos social, mediante  campañas financiadas por Estados Unidos, dando continuidad a la política trumpista. Evidentemente, los recién electos gobernantes demócratas, asumieron como propia la tesis de que los días del gobierno cubano estaban contados y se dieron a la tarea de disputar a los republicanos el “crédito” por el desastre.  

La “revisión de la política hacia Cuba”, que muchos esperaban se produjera en cuanto Biden asumiera el poder, quedó paralizada, con la excusa de que “Cuba no era una prioridad” para la administración. De resultas, se impuso el contrasentido de que los demócratas acabaran administrando, con el mismo fervor, la política diseñada por sus enemigos.

Según algunos relatos, el freno lo puso el entonces jefe de gabinete, Ron Klein, que había vivido la experiencia de las elecciones de 2000 en Miami y quedó espantado con la falta de escrúpulos de la derecha cubanoamericana. Dicen que, reunido con el equipo escogido para revisar el tema cubano, muchos de ellos reconocidos partidarios de la política de Obama, Klein hizo la pregunta clave para determinar la estrategia del gobierno:

¿Qué ganaba la administración buscándose problemas con los agresivos congresistas cubanoamericanos, entre ellos el entonces poderoso senador demócrata Bob Menéndez, en un contexto donde la mayoría senatorial se decidía por un voto, cuando estaba por delante una larga batalla legislativa, para avanzar en un ambicioso programa que pretendía emular con el “new deal” rooseveltiano?

A pesar de tener que enfrentar niveles record de migración irregular procedente de Cuba, el gobierno de Biden demoró dos años en restablecer los servicios consulares y cumplir con los acuerdos migratorios, cancelados unilateralmente por Trump cinco años antes. Pero ni siquiera en esta área, de máxima prioridad para la seguridad nacional de Estados Unidos, avanzó al punto de lo alcanzado durante el gobierno de Barack Obama.

No parece entonces que las medidas recién aprobadas respondan a una apreciación distinta del caso cubano, ni a cambios en la visión de “guerra fría” que ha caracterizado la política exterior de Joe Biden, sino a las mismas razones que antes inspiraron no llevarlas a cabo, dígase la política doméstica estadounidense  y, en particular, las próximas elecciones.

El gobierno comenzó a hablar de estas medidas en mayo de 2022. En octubre de 2023 corrió la noticia de que su aprobación era inminente, ya que incluso habían autorizado la visita a ese país de una delegación de empresarios cubanos que, al parecer, formaba parte de la construcción política de esta decisión. No fue así, según fuentes gubernamentales, debido a que el Congreso estaba abocado en la discusión del presupuesto y se requería el apoyo republicano.

Superado ese momento y eliminado el escollo de Bob Menéndez, de nuevo ente los tribunales acusado por corrupción, parece que no existen impedimentos para pensar en las elecciones y la famosa “revisión de la política hacia Cuba” puede formar parte de la estrategia demócrata.

Cuba no será un asunto decisivo en este proceso, ni siquiera en el sur de la Florida, donde se concentra el voto cubanoamericano, pero tampoco es un tema ignorado en el debate político nacional y muchos la consideran un asunto de política doméstica, capaz de despertar pasiones que sobrepasan la importancia económica o política del país. Por otro lado, en unas elecciones que se anuncian muy reñidas, todo voto importa. En esto estriba la aritmética de la administración.

Por muy hostil que sea su política hacia Cuba, Biden no ganará un solo voto de los derechistas cubanoamericanos, eso es monopolio de los republicanos. Sin embargo, la experiencia de Obama demuestra que puede aumentar el respaldo de liberales y moderados, a niveles cercanos al 50% de los votos, si se distancia de las políticas de la derecha y es capaz de proyectar una imagen diferente a los extremismos que agobian a esa comunidad.

Al igual que el resto de la población, la preferencia electoral de los cubanoamericanos estará centrada en los asuntos que determinan su  vida cotidiana, como el estado de la economía, pero también por el atractivo personal de los candidatos y la ideología que representan. Todo ello regido por un proceso de construcción mediática, que convierte a las elecciones norteamericanas en el espectáculo más caro del mundo.

En ese universo, alrededor del cual giran las subjetividades de la política estadounidense, es donde mayormente impacta el tema cubano. La política hacia Cuba sirve para identificar a los políticos con las doctrinas que supuestamente rigen la política del país. Algunos la utilizan como moneda de cambio para mostrarse “duros” contra el comunismo y otros como expresión del “poder inteligente” que animó la política obamista y es considerada parte importante de su “legado”, en el campo de las relaciones internacionales.

Biden no está bien parado con diversos sectores del partido, cuestionadores de su capacidad para gobernar e insatisfechos con sus políticas. El caso de Cuba es otro frente abierto, por lo que el cálculo costo-beneficio es lo que explica las señales de cambio que se han producido en los últimos días. ¿Hasta dónde llegará el gobierno de Biden por este camino? Hasta donde él y sus asesores crean que les conviene.  

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