Una de las claves para entender la política internacional del siglo XXI pasa por la disputa por la primacía en los océanos
Ph.D. en RRII y Ciencia Política por la Universidad Koç. Centro de Estudios Internacionales de la UCA
Las cuestiones navales importan. El jueves 20 de enero, el Ministerio de Defensa ruso anunció una serie de masivos ejercicios navales con más de 10 mil efectivos, que se suman a los ejercicios marítimos conjuntos con China e Irán que comenzarán el viernes 21. Esta decisión incrementa las tensiones entre Rusia y OTAN por la posibilidad de una incursión militar en Ucrania. El tema no es nuevo. Cuando Moscú retomó el dominio sobre la Península de Crimea luego la Revolución de Euromaidan en 2014, la reacción de Occidente incluyó una serie de sanciones que siguen hasta la fecha. Sin embargo, Putin tuvo la posibilidad proyectar nuevamente la histórica Flota del Mar Negro hacia el Mar Mediterráneo y recuperar parte del prestigio perdido con el fin de la Unión Soviética.
Una de las claves para entender la política internacional del siglo XXI pasa por la disputa por la primacía en los mares, en tiempos de competencia entre grandes potencias. Las tensiones de la agenda internacional pasan por diversas cuestiones, pero la construcción y modernización de la Marina de la República Popular China a pasos agigantados y la citada proyección rusa sobre el Mar Mediterráneo han llamado la atención de funcionarios, analistas y expertos alrededor del mundo. Mientras el desafío hegemónico de China y Rusia en los ámbitos navales se acelera, los Estados Unidos de Biden todavía no han elaborado una respuesta integral a las crecientes ambiciones navales de las potencias euroasiáticas.
En el informe presentado en 2017 ante el XIX Congreso Nacional del PCCh, Xi Jinping anunciaba que el actual proceso de modernización de las Fuerzas Armadas de la República Popular China finalizaría para 2035, mientras que el país buscaría la transformación del Ejército Popular de Liberación en un ejército de primer orden mundial hacia mediados de siglo. Las reformas militares de Beijing no son nuevas, sino que llevan varias décadas. Sin embargo, la vertiginosa velocidad que ha tomado en términos de adquisición de capacidades – desde la construcción de portaaviones hasta el desarrollo de misiles hipersónicos – dan cuenta del salto cualitativo que tiene un importante correlato en el ámbito naval. Esto se da en línea con las prioridades estratégicas del país, especialmente sus aspiraciones de recuperar Taiwan y asegurar una hegemonía regional en los mares del Este y Sur de China.
La Armada del Ejército Popular de Liberación se encuentra en franca expansión desde una marina de aguas verdes hacia una armada de ‘Aguas Distantes’ con capacidad de proyección más allá de sus mares adyacentes. Desde el punto de visto de su equipamiento, la Marina china se ha convertido en la mayor fuerza naval en Asia Oriental con capacidad suficiente para desplazar a los EEUU en un enfrentamiento convencional de tipo regional. La modernización ha llevado un ritmo de crecimiento inusitado a nivel mundial, solo comparado con el salto realizado por la marina soviética bajo el Almirante Gorshkov durante la Guerra Fría. China ha dado un gran salto cualitativo y tecnológico en la última década. Para resaltar uno de sus logros, la Armada incorporó dos portaaviones (Tipo 001 Liaoning y Tipo 002 Shandong) de propulsión convencional y despliegue horizontal, mientras se encuentra construyendo un tercer portaaviones con despegue asistido por catapulta electromagnética.
Hacia el futuro, la Oficina de Inteligencia Naval de la Armada Estadounidense ha anticipado un expansión de la Armada China entre 2020 y 2030 sería de 18%, lo que duplicaría la fuerza submarina y aumentaría casi un 50% las principales plataformas de su fuerza de superficie. Algunas comparaciones pueden ser útiles para ilustrar el vertiginoso crecimiento de la marina china. De acuerdo con el CSIS (Centro de Estudios Estratégico e Internacionales), entre 2014 y 2018 Beijing lanzó más buques (contabilizando submarinos, embarcaciones de guerra anfibia y auxiliares) que la suma total de la cantidad de barcos que poseen las armadas individuales de Alemania, India, España y el Reino Unido. Además, en el período 2015-2019, la producción de los astilleros chinos equivalió en tonelaje a toda la Armada del Reino Unido o la Fuerza de Autodefensa Marítima Japonesa. En síntesis, la Armada china no para de crecer y su expansiva presencia se está notando desde el Indo-Pacífico hasta el Atlántico Sur.
Por otro lado, Rusia posee una gran estrategia pragmática basada en un trípode de objetivos – preservación de estatus como potencia global, primacía en el espacio postsoviético y disuasión a la expansión de la OTAN – que se implementan mediante la utilización de una gama amplia de herramientas, incluida la coerción por vías militares. El Zar Alejandro III afirmaba que Rusia solamente tiene dos aliados: su ejército y su armada. A pesar de considerarse una potencia eminentemente terrestre, la fase marítima rusa es clave para mantener su status como gran potencia. Además, la proyección naval es un instrumento clave en la disuasión nuclear estratégica y una herramienta fundamental en el despliegue de operaciones de ultramar, como se ha visto reflejado en la intervención rusa en la Guerra Civil de Siria.
Desde un punto de vista oficial, Moscú se presenta como un ‘gran poder marítimo’ que posee “un potencial que avala la implementación y defensa de sus intereses nacionales en cualquier área del Océano Mundial, es un factor importante de la estabilidad internacional y la disuasión estratégica, y permite la búsqueda de una política marítima nacional independiente como un participante equivalente en las actividades marítimas internacionales”. En dicho contexto, la disuasión es el concepto clave – tanto en términos convencionales como nucleares – para entender el rol de la Armada dentro del esquema marítimo ruso.
Sin embargo, hay una tensión recurrente entre su objetivo de defender las zonas costeras y la preservar de intereses globales rusos, lo que plantea una mezcla en el diseño de fuerzas entre una Armada de aguas verdes (cuya principal misión es el apoyo a la defensa territorial) y aguas azules (con acciones globales). En este sentido, la flota rusa posee un carácter dual que también se expresa en la combinación entre grandes buques legados de la era soviética y buques modernos (y pequeños) con misiles de largo alcance que podrían ser suficientes para las misiones estratégicas claves asignadas a la Armada.
Pese a las dificultades observadas, la Armada Rusa ha tenido oportunidad de desarrollar operaciones de combate abierto en dos escenarios bélicos – Georgia y Siria – además de recuperar primacía naval en el Mar Negro a partir de la anexión de Crimea y el desarrollo de capacidades de anti acceso/denegación de área (A2/AD). En el caso de Georgia, la Flota del Mar Negro tuvo un enfrentamiento favorable cerca de Ochamchire. En relación con Crimea, se mejoraron las capacidades defensivas de anti-acceso incorporando nuevos buques de porte pequeño y mediano, misiles tierra-aire y baterías costera antibuque. Con respecto a Siria, las operaciones tuvieron un grado de complejidad mayor con dos elementos importantes a destacar, el despliegue del mayor grupo expedicionario al Mar Mediterráneo en agosto de 2018 desde el fin de la Guerra Fría y el lanzamiento de misiles crucero Kalibr-M desde el Mar Mediterráneo (buques de superficie y submarinos) y el Mar Caspio (solo buques de superficie) hasta el teatro de operaciones sirio. Frente a un escenario internacional incierto y con limitaciones presupuestarias por la falta de dinamismo de su economía, Moscú ha aprovechado las oportunidades geopolíticas para proyectar poder a partir de su armada.
La respuesta de los Estados Unidos frente a este incremento del activismo naval sino-ruso ha sido bastante voluntarista. La administración Biden ha colocado como prioridad estratégica el área del Indo-Pacifico y ha identificado a China y Rusia como sus principales competidores. Sin embargo, por ahora las acciones llevadas a cabo todavía se encuentran lejos de limitar el desafío hegemónico de Beijing o el revisionismo de Moscú. Entre las acciones que ha implementado Washington con respecto a China se encuentran un mayor acercamiento estratégico a la India, la revitalización de foro de Diálogo de Seguridad Cuadrilateral entre Australia, Japón, India y los Estados Unidos (también denominado QUAD) y el desarrollo de la alianza militar AUKUS (EEUU, Reino Unido y Australia). El AUKUS se presenta como acuerdo clave que – como primer paso – proyecta la provisión de una flota de submarinos de propulsión nuclear a Australia, lo que algunos analistas comienzan a hablar de las semillas de una OTAN del Indo-Pacífico. En relación con Rusia, Biden ha continuado con una política de contención y presiones en los diferentes escenarios con distinta suerte, aunque en definitiva ha llevado a fuertes tensiones en relación a Ucrania, con su correlato en el Mar Negro y el Mediterráneo. Por último, en el plano interno, la retirada de Afganistán y el giro hacia el Pacífico le han dado una oportunidad a los servicios marítimos (la Armada, la Guardia Costera y los Marines) para tener mayor prioridad tanto en términos operativos como presupuestarios.
Sin embargo, para mantener la hegemonía global de los espacios marítimos, Estados Unidos necesitará mantener dos elementos que le permitieron ganar la Guerra Fría, una red de aliados y socios a nivel global y una clara superioridad tecnológica. En lo primero tiene ventaja, en el segundo, la está perdiendo.
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