Hay que matizar que este inicio de conversaciones no implica un cambio extremo en la política de Washington, que ya venía realizando modificaciones en su estrategia sobre el país latinoamericano
Sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela
La alta comisión que envió EE.UU. a Venezuela, y que visitó el Palacio de Miraflores el pasado sábado, provocó el surgimiento de escenarios que hasta hace pocas horas eran insospechados.
Hay que matizar que este inicio de conversaciones no implica un cambio extremo en la política de Washington, que ya venía realizando modificaciones en su estrategia sobre el país latinoamericano.
Pero con esta visita, el giro ‘post-trumpista’, que lucía lento a la espera de las elecciones de medio término en noviembre, se ha precipitado de manera tajante en un contexto bélico y de precios del petróleo en alza incontrolable.
Una vez que el presidente Joe Biden, el martes en la noche, saludara en un comunicado el gesto de Caracas de liberar a dos ciudadanos estadounidenses, podría darse por iniciado un nuevo tipo de relaciones entre ambos países, al menos por los momentos, en un mundo muy cambiante.
Además, esta visita evidencia que el gobierno paralelo de Juan Guaidó es cosa del pasado, no ya por su fuerza real, que siempre fue escasa, sino por haber salido del único lugar donde era fuerte: el repertorio discursivo de Washington.
EE.UU. ha rebajado su relación soberbia con Venezuela en la medida que ya importan otras cosas. Ante la nueva coyuntura bélica y económica mundial, Washington no ha tenido prurito en acelerar de golpe el cierre de ciclo del trumpismo en Venezuela, aunque con ello tenga que remover a los actores encargados de realizar el ‘interinato’.
Por el contrario, se ha impuesto otro escenario en el que la imagen de Venezuela y del propio gobierno es “racionalizada”, si se quiere “humanizada”, por el mismo despacho que la venía criminalizando y patologizando.
De esta manera, el encuentro de Miraflores trae nuevos escenarios que cambian la imagen y la diatriba que existía sobre Venezuela.
La comisión estadounidense estuvo dirigida por Juan González, quien es el representante de la Casa Blanca para asuntos de las Américas, lo que quiere decir que su visita a Miraflores habla del reconocimiento del despacho presidencial de Biden sobre la presidencia de Maduro, a lo que Washington se había negado desde 2019.
A partir de esto podría esperarse una paulatina, aunque lenta, recuperación de las relaciones entre ambos países, incluyendo el regreso de las embajadas, y todo un camino protocolar. Pero eso puede esperar o llevar un proceso lento.
De lo que se trata ahora es de contemplar la vuelta de Venezuela como fuente fiable de petróleo para EE.UU durante los próximos años. Y para Caracas, una probable normalización de su principal actividad económica con todo lo que ello implica, después de ocho años de grave crisis en la que su industria pasó de una fatiga a una crisis casi terminal: sancionada, endeudada y cercada.
Así, Maduro ahora tiene la posibilidad de culminar su segundo mandato con un país estabilizado y una mejoría económica evidente.
Venezuela quiere recuperar su mercado y EE.UU. su proveedor geográficamente cercano.
Por lo tanto, el reconocimiento a Maduro es a la vez un reconocimiento al país, su importancia geoestratégica y su capacidad instalada.
Otra de las interesantes modificaciones que trae esta reunión es interna a la propia oposición.
Hace pocos días el embajador de EE.UU. para Venezuela, James Story, se reunía con los gobernadores de la oposición y con el dirigente Stalin González, cercano al excandidato presidencial Henrique Capriles.
Ya Guaidó no protagoniza. En su lugar, aparecen nuevos actores que van ganando interlocución. Puede decirse que es el fin definitivo de los líderes radicales del ‘interinato’ (la mayoría en el exterior) y la emergencia, ahora consentida por Washington, de una oposición moderada que hace vida en el país.
En todo caso, la negociación ya no tiene como mediadores a figuras del gobierno paralelo, sino que ahora es face to face entre la Casa Blanca y Miraflores.
Por su parte, Maduro ha hablado de un “reformateo” del diálogo con la oposición que determine los próximos acontecimientos políticos que viva el país.
Obviamente está realineación es geopolítica, derivada de la intervención de Rusia en Ucrania.
EE.UU. va a reclamar lo que siempre ha considerado su “patio trasero”, solo que aún no puede hacerlo con el garrote. América Latina es una región que ha venido modificándose políticamente y en la actualidad hay un giro izquierdista en sus gobiernos.
Si la gestión de Biden quiere superar el trumpismo y aumentar su influencia en la región, va a tener que reconocer una nueva realidad que, al menos por ahora, es muy diferente a la que engendró el Grupo de Lima y ese estilo de gobiernos que sustentaron sus relaciones con Venezuela en base a los mandatos de Washington.
La neutralidad del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, es una muestra de la desalineación de la región con Washington.
Lo más significativo del comienzo de este diálogo, como comentaba anteriormente, es la contemplación de Venezuela como fuente de petróleo para EE.UU., tal como lo ha sido los últimos 100 años hasta que comenzó la política de Trump de aislarla y sancionarla.
La dependencia del petróleo ha determinado los auges y caídas de la historia económica de este país caribeño.
Después de varios años de crisis en su industria y de sanciones de Washington, Occidente recuerda que las principales reservas de petróleo están en Venezuela. Este país tiene una capacidad instalada que podría coadyuvar a bajar la presión de los mercados, que estos días reaccionan a las sanciones hacia Rusia. Además, podría convertirse nuevamente en un proveedor confiable.
Esto tiene consecuencias invaluables en Venezuela, donde podría producirse, en un proceso más rápido de lo esperado, la regularización de su vida económica, caracterizada los últimos años por una hiperinflación y profunda crisis económica.
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