La vinculación entre enfrentamiento al cambio climático y recuperación del liderazgo mundial de EE.UU. constituye un elemento constante en el discurso del presidente
Especialista de Relaciones Internacionales de la Oficina del Programa Martiano
INTRODUCCIÓN
La administración Biden-Harris y el regreso a un multilateralismo a la sombra del Acuerdo de París
Con la llegada de la administración Biden-Harris a la presidencia de los EE.UU., la reconquista del liderazgo en los foros multilaterales vuelve a ser tema central en el discurso político presidencial. Esta y otras similitudes con respecto a la anterior administración demócrata, evidencian los intentos del presidente Joe Biden por distanciarse de la imagen aislacionista y autodestructiva heredada de la administración Trump, tanto en lo económico como lo diplomático, lo social y lo ambiental.
La intención se hace explícita en la descripción de las prioridades de la actual administración en cuanto a “COVID-19, Equidad Racial, Economía, Servicios de Salud, Inmigración” y especialmente en el tema de fondo de la ambiciosa agenda: “Clima y Restauración de la Posición Global de los EE.UU.” (Casa Blanca, 2021).
La vinculación entre enfrentamiento al cambio climático y recuperación del liderazgo mundial de EE.UU. constituye un elemento constante en el discurso del presidente, desde sus discursos de campaña. Según su agenda actual, ese vínculo es vital para “restaurar la posición de los EE.UU. ante el mundo, fortaleciendo la fuerza laboral de seguridad nacional de los EE.UU., reconstruyendo las alianzas democráticas alrededor del mundo, impulsando los valores estadounidenses y los derechos humanos y equipando a la clase media estadounidense con las herramientas para tener éxito en la economía global” (Casa Blanca, 2021).
El contexto internacional en que el Biden pretende recuperar el liderazgo de EE.UU. está caracterizado por la necesidad de una recuperación post-pandemia basada en patrones más sostenibles de producción y consumo; en el que los principales actores enfatizan constantemente en la necesidad de invertir en la “infraestructura verde” y la mitigación del cambio climático.
DESARROLLO
Nuevos espacios en la búsqueda de un liderazgo mundial en el enfrentamiento al Cambio Climático
Poco después de asumir el poder en enero de 2021, Biden cumplió con una importante promesa de campaña al formalizar el regreso de EE.UU. al Acuerdo de París y convocó a una Cumbre de Líderes sobre el Clima que se llevó a cabo a finales de abril de 2021 (elagoradiario.com, 2021).
En la llamada “Cumbre Climática”, desarrollada los días 22 y 23, se reunieron a las principales economías del mundo, incluidos los miembros originales del Foro de las Principales Economías sobre Clima y Energía, cuyos miembros actualmente “representan el 80% de las emisiones globales [de gases de efecto invernadero (GEI)]” (Biden, 2021).
El presidente estadounidense recibió un selecto grupo de unos 40 dirigentes internacionales, entre los que se encontraban los presidentes de la República Popular China y la Federación de Rusia, los Primeros Ministros de Reino Unido y Japón, y el Rey de Arabia Saudita. Además, Biden estuvo acompañado por la vicepresidenta Harris, miembros de su gabinete, el enviado presidencial especial para el clima, John Kerry, la asesora nacional sobre el clima, Gina McCarthy, y representantes de la Sociedad civil estadounidense.
Como parte de su discurso, el presidente reafirmó el compromiso de reducir entre 50 y 52% de las emisiones de carbono EE.UU. para 2030 con relación a 2005, y de alcanzar la neutralidad en las emisiones en 2050. Asimismo, reiteró el objetivo de lograr que para 2030, el 50% de los automóviles que se vendan en el país sean eléctricos (Biden, 2021).
En el plano internacional, se comprometió a desarrollar “avances adicionales para apoyar a los países en desarrollo, “duplicar” financiación climática, y “triplicar” el apoyo a la adaptación para 2024 para los países en desarrollo, además de “movilizar 100 mil millones de dólares al año para el mundo en desarrollo” (Biden, 2021).
Más allá del alcance de las promesas realizadas y la voluntad y/o posibilidad real de cumplirlas, la actitud asumida por los EE.UU. al organizar, convocar y ser anfitrión de la Cumbre forma parte de una agenda estratégica que busca proyectar una imagen de liderazgo, control y resiliencia que excede los límites de los temas que podrían considerarse “propiamente ambientales” y que se proyecta en temas estrechamente relacionados como la soberanía energética, la generación de empleos, el control de enfermedades infecciosas y otros padecimientos derivados del calentamiento global, la legitimación de EE.UU. como líder de la nueva normalidad frente a Europa, China, Rusia, y otros polos de poder, y su hegemonía económica y programático-ambiental especialmente sobre América Latina en el marco de la concepción e implementación de modelos de “economía verde y baja en carbono”.
La Cumbre de abril ha sido ensalzada por EE.UU. como “la reunión virtual más grande de líderes mundiales hasta el momento” y ciertamente ha sido significativo el hecho de que Biden fuera “anfitrión de esta Cumbre dentro de sus primeros 100 días en el cargo para dejar en claro que es una de las principales prioridades de EE.UU. combatir la crisis del clima, en casa y en el extranjero” (Gobierno de EEUU, 2021).
En este sentido, la Cumbre le dio oportunidad para confirmar la posición con la que regresa al Acuerdo de París y también para influir en el lenguaje y prioridades de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) a desarrollarse el próximo noviembre en Glasgow, Escocia; así como de otros espacios que se han estado convocando de cara a la COP26.
Es el caso de la 12a Reunión Ministerial Anual de Energía Limpia (CEM12) y la iniciativa Mission Innovation 6 (MI6), organizada este año por Chile y desarrollada entre el 1ro y el 6 de junio de 2021, en formato virtual.
Otro ejemplo fue el Foro de Energía y Clima, una “reunión de trabajo de alto nivel privada” también en formato virtual y convocada por Biden el pasado 17 de septiembre para dar seguimiento a la Cumbre de lideres de abril. En esta participaron los más altos cargos de la Comisión Europea, el Consejo Europeo y la Secretaría General de la ONU; además de numerosos jefes de Estado entre los que se incluían los de los BRICS (ElEconomista, 2021).
En el discurso pronunciado en este foro, Biden aludió directamente a la relación entre cambio climático, energía e industria y resaltó el Compromiso Mundial sobre el Metano, emprendido por EE.UU. y la Unión Europea y que se presentará en la COP 26 con el fin de reducir las emisiones de metano (GEI con más potencial de calentamiento que el propio dióxido de carbono), en al menos un 30% en 2030, respecto a los niveles de 2020 (Comisión Europea, 2021a).
En el ámbito de las relaciones intra-continentales, llama la atención el Diálogo de Alto Nivel sobre Acción Climática en las Américas, evento virtual convocado por EE.UU. y desarrollado el 8 de septiembre para visibilizar iniciativas “verdes”, de mercado, desarrolladas por EE.UU. “de conjunto” con otros países de la región de América Latina y el Caribe (ALC).
Realidades tras el discurso verde de Joe Biden: desafíos y proyecciones para Estados Unidos
Más allá de la retórica globalista y la agenda panamericanista de la administración Biden-Harris, en materia de política doméstica, la presidencia de EE.UU. ha desarrollado acciones con el fin de cumplir los compromisos climáticos asumidos en pro del Acuerdo de París.
Esto se ha evidenciado en la puesta en práctica de medidas alineadas con el llamado Green New Deal, una ambiciosa propuesta programática de implicaciones económicas, sociales y ambientales para EE.UU., concebida desde 2018 e inspirada en el New Deal de Franklin D. Roosevelt en la década de 1930.
Aunque un senado de mayoría republicana no lo aprobó como ley en 2019, el Green New deal es un componente clave de la agenda política progresista estadounidense actual con el que Biden alineó parte de sus promesas electorales y de la agenda ambiental de su administración (De la Serna, 2020).
Esto ha llevado a Biden a apoyar nuevas regulaciones federales como la Ley de Justicia Ambiental para Todos y a ejercer las facultades de su poder ejecutivo en temas de moratoria o desmantelamiento de proyectos puestos en marcha durante la administración Trump, y de congelación de nuevos arrendamientos de petróleo y gas en terrenos públicos (BBC News Mundo, 2021).
También ha usado métodos similares buscando la cooperación del sector privado y la creación de incentivos para las empresas, especialmente aquellas del sector energético, de infraestructuras y de transporte, en aras de que estas adopten prácticas “verdes” o inviertan en sectores estratégicos como las fuentes renovables de energía. En este sentido, sobresale la orden ejecutiva de agosto de 2021 que establece un cronograma para desarrollar nuevos estándares de emisiones para vehículos. Hasta el momento, misma ha recibido el apoyo verbal de grandes productores de automóviles como General Motors, Ford, Hyundai, Toyota, BMW, y Volkswagen (Shepardson & Mason, 2021).
Entre los objetivos medibles a corto plazo de la política energética de Biden también se encuentran proyectos de estímulo a la energía solar y la eólica, dirigidos a la instalación de miles de turbinas de viento y cientos de millones de paneles solares.
Aunque aparentemente similares, ambos planes se han desenvuelto de forma diferente. Por un lado, el plan de generar suficiente electricidad para más de 10 millones de hogares estadounidenses a base de energía eólica marina para 2030 estimularía la industria nacional, pues EE.UU. cuenta con la infraestructura para producir las masivas turbinas y las embarcaciones desde las que se instalan, así como el acero y cemento necesarios en el proceso (larepublica.co, 2021); sin embargo, el plan de colocar unos 500 millones de paneles solares en los próximos años deberá enfrentarse a retos particulares, pues en EE.UU., la industria fotovoltaica continúa siendo muy dependiente de componentes importados.
En 2020 el 84% de la infraestructura fotovoltaica instalada ese año procedía del exterior, una cifra que oscila entre el 30% y el 50% en el caso de los molinos de viento (Fariza, 2020). Esta diferencia abrumadora se debió, por ejemplo, a que las importaciones de paneles solares subieron un 40% en 2020, cuando la inversión en el mercado solar del país aumentó un 17% (Copley, 2021).
Adicionalmente, de los cerca de 59 500 contenedores que entregaron paneles solares a los puertos de EE.UU. durante el cuarto trimestre de 2020, más del 70% se enviaron desde Asia, y casi una 25% provino de China (Copley, 2021). La posición de China en este mercado constituye un desafío particular para EE.UU., debido, entre otros factores, a China controla alrededor del 80% de la capacidad producción de polisilicio, materia prima crítica en la fabricación de obleas y celdas solares (Copley, 2021).
Asimismo, tanto el desarrollo de la agenda energética de Biden como la ansiada legitimación de EE.UU. como líder indiscutible en el enfrentamiento contra el cambio climático deberá tener en cuenta las ambiciosas agendas tanto de China como de la Unión Europea.
En el primer caso sobresalen el compromiso de China de ser un país neutral en cuanto a carbono 2060 y la reciente promesa de que “China no construirá nuevos proyectos de energía basados en carbón en el extranjero”, algo que efectivamente podría cambiar para siempre el nivel de uso del carbón en el mundo, pues más del 70% de todas las plantas de carbón construidas en el planeta actualmente dependen de fondos chinos (BBC News Mundo, 2021).
En el caso de la Unión Europea, sobresale el Pacto Verde Europeo, presentado el 11 de septiembre de 2020 y que contará con un tercio de los 1,8 billones de euros de inversiones del plan de recuperación NextGenerationEU y el presupuesto de siete años de la Unión Europea. Este plan tiene como objetivo “hacer de Europa el primer continente climáticamente neutro en 2050” (Comisión Europea, 2021b).
Paralelamente, un nuevo gran actor se suma la meta climática global: Rusia, especialmente luego de la ratificación del Acuerdo de París en 2019 y de la firma del Decreto Presidencial No. 666, del 4 de noviembre de 2020 según el que “Para implementar el Acuerdo de París del 12 de diciembre de 2015 por parte de la Federación de Rusia” el presidente decide “asegurar para 2030 una reducción de las emisiones de GEI de hasta un 70% en comparación con el nivel de 1990” (Gaceta Rusa, 2020).
A la ambición de la meta rusa se suma la posición mantenida por Putin en la Cumbre del clima de abril de 2021, en la que dirigió su discurso a la necesidad de entender el desarrollo sostenible “de la mano con el progreso en áreas tan importantes como la lucha contra la pobreza y reducir las brechas entre países” (EFE, 2021). Con esto le hizo la contraparte al discurso de Biden en cuanto a la “responsabilidad” que se atribuyen los EE.UU. de intervenir bajo sus propios términos y paradigmas en países menos desarrollados en aras de “apoyar su transición a una economía verde”.
CONSIDERACIONES FINALES
Actualmente las fuentes de energía renovable ya han alcanzado, en muchos casos, la paridad de costes con los combustibles fósiles por lo que optar por la energía renovable no es sólo una cuestión “ecologismo” sino también la elección económica sensata (Lacey, 2020). El desarrollo de sociedades cada vez menos dependientes de los combustibles fósiles y el empoderamiento de las industrias renovables implicará cambios estructurales profundos en la arquitectura mundial.
En este contexto de refiniciones, ya se percibe la emergencia de nuevos oligopolios energéticos, esta vez de “energías limpias”, tendencia ante la que los gigantes del sector energético tradicional, productores de combustibles fósiles, deberán responder con modernización, diversificación e inversión en estos sectores “verdes”, o de lo contrario, salir de la competencia.
En el caso de EE.UU., el impacto real y sostenido de la agenda climático-energética de Biden no solo depende de quién asuma la presidencia dentro de cuatro años, sino de cómo se desenvuelvan las relaciones entre esos grandes productores tradicionales y sus representantes ante el gobierno. En este sentido, han sido especialmente desafiante el Instituto Estadounidense de Petróleo (API por sus siglas en inglés), representante de cerca de 600 empresas del sector petrolero (perforadoras, refinerías y asociados como los productores de plástico) ante el Congreso. Estos actores se han convertido en abanderados del sistema energético fósil, alegando, por ejemplo, el desafío que representan la pérdida de empleos y los bajos salarios en las industrias renovables (Shepardson & Mason, 2021) (Grandoni, 2020).
Del otro lado del espectro político, representantes de ideas más progresistas también presionan a Biden, pero en aras de radicalizar la agenda y llevarla a vías de hecho en menor tiempo, comprometiendo en mayor medida al sector privado; y mientras, otros representantes llaman la atención ante realidades a menudo pasadas por alto en aras del desarrollo de las propias industrias renovables, por ejemplo: la fragilidad del ecosistema de la bahía de Nueva York, donde se desea colocar uno de los grandes parques eólicos marinos (larepublica.co, 2021) (Shepardson & Mason, 2021).
Para cumplir con sus compromisos climático-energéticos la administración de Biden tendrá que sopesar intereses de todo tipo de actores nacionales e internacionales. Al final, el ejemplo que EE.UU. sea capaz de proyectar al mundo a través de los hechos influirá decisivamente en la credibilidad de su discurso político y en el alcance de nuevos sus paradigmas culturales y de consumo.
En el complejo escenario actual, el liderazgo global que los EE.UU. buscan recuperar no volverá a ser como el del mundo unipolar de los años 90, pero puede que incluso la permanencia de esta potencia en el grupo de las primeras economías mundiales esté condicionada por la efectividad con la que se diversifique su matriz energética y se actualice su política exterior.
La transición energética es un cambio estructural a largo plazo del que no puede hacerse responsable una persona, aunque sea el presidente de los EE.UU. de América. Del mismo modo, es necesario diferenciar el discurso político y la proyección diplomática, de las condiciones reales en las cuales ese discurso político habría de llevarse a cabo. Y esta diferencia se hará más evidente en la medida en que los espacios multilaterales solo sean concebidos para marcar posiciones de fuerza ante potenciales rivales geopolíticos, y no para buscar soluciones reales, mediante la integración y la cooperación sostenibles, a la crisis medioambiental que actualmente afecta a toda la humanidad, y más, a todo el planeta.
Pasos como la reincorporación al Acuerdo de París son importantes, pero constituyen solo el comienzo en un proceso que, de ser continuado, tomará décadas para transformar desde la base las formas en que actualmente se produce, distribuye y consume la energía a nivel mundial.
Bibliografía
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Tomado de http://www.cipi.cu/lilmaria
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